El Tepache

domingo, 2 de junio de 2013

Díptico. In memoriam


Arnaldo Córdova
Arnoldo Martínez Verdugo y la necesidad de la reforma política. El modo de gobernar del presidente priísta Luis Echeverría y, en particular, su guerra sucia que ensangrentó a México en la primera mitad de los años setenta, hizo necesaria e inminente la reforma política, como el medio más eficaz de reintegrar a la vida política de México a todos los sectores que se encontraban en guerra con el Estado. Es cierto que las guerrillas en ningún momento pusieron en peligro al Estado de la Revolución Mexicana, pero lo grave era, como diría don Jesús Reyes Heroles, que no lo dejaban gobernar.

Reyes Heroles hizo el planteamiento a López Portillo y éste lo aceptó como una buena estrategia política que ayudaría a pacificar el país. Ese mérito jamás ha sido negado ni a Reyes Heroles ni a López Portillo. Para llevar a cabo el proyecto necesitaban un interlocutor en el mismo campo donde se generaba la rebelión: el de la izquierda, en el que convivían de mala manera grupos y grupúsculos de la más diversa índole, desde los partidarios de lo que se llamaba revolución pacífica hasta los que preconizaban la lucha armada.
Ese interlocutor lo encontró Reyes Heroles en Arnoldo Martínez Verdugo, secretario general del Partido Comunista Mexicano, que vio en la reforma una posibilidad de romper el ostracismo en el que vivían las fuerzas de izquierda y aun otras de signo derechista y, además, el desarrollo orgánico de esas fuerzas en un ambiente en el que la oposición al gobierno no fuera objeto de la represión y la violencia. Martínez Verdugo aceptó el desafío y se aplicó con entereza a convencer a sus compañeros de la necesidad de la reforma política. Todavía en los años ochenta, muchos de ellos la desdeñaban, llamándola simple reforma electoral.
En su informe al tercer pleno del Comité Central del PCM de abril de 1976, Martínez Verdugo exponía: De todos los problemas que hoy tiene planteados el país, no existe ninguno más importante que el de modificar de raíz las normas y las prácticas que restringen la actividad política de los ciudadanos, especialmente de los obreros y los campesinos.
Y agregaba: “… una reforma política lo primero que debe asegurar es la posibilidad de que todas las corrientes, partidos, tendencias del signo más encontrado, diriman sus posiciones y las defiendan de cara a las masas, muestren a la luz pública su auténtica fisonomía y gocen de la igualdad de oportunidades para influir en el Estado” (El Partido Comunista Mexicano y la reforma política, Ediciones de Cultura Popular, México, 1977, pp. 24 y 27).
Como persona, Arnoldo fue el principal interlocutor del gobierno y, en especial, de Reyes Heroles, en los acuerdos que dieron lugar a la reforma constitucional de 1977 y a la reforma legislativa que le siguió. Sin él y su importantísima labor en el campo de la izquierda, la reforma política no se habría consumado, por lo menos de la forma en que se hizo, ni se habría abierto el camino, como sucedió, a la verdadera irrupción en la política de la izquierda mexicana.
Es mucho lo que se le debe, sobre todo, porque lo hizo con el más abierto espíritu unitario. Martínez Verdugo fue el verdadero paladín de la unificación de la izquierda en los años ochenta, a través de las experiencias del Partido Socialista Unificado de México y del Partido Mexicano Socialista, hasta la fundación del PRD. Cualquier fuerza de izquierda, hoy, debe reivindicarlo como el gran unificador de la izquierda que fue.
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2. José María Pérez Gay. Política y cultura. El 68 estudiantil fue un fenómeno que produjo en las conciencias la convicción de que la política, de nuevo reivindicada, es el anfiteatro en el que se desenvuelve la vida humana en todas sus manifestaciones. No hay existencia, por muy aislada que esté, que no se enmarque en la política ni hay obra humana que, por lo menos en los tiempos modernos, no tenga relación directa con la política. La política es el gran teatro de la vida y no tenemos más remedio que actuar en ella, incluso repudiándola o condenándola.
Esos sentimientos los experimentó el joven Pérez Gay cuando estudiaba en la Freie Universität de Berlín. El 68 lo conmovió y lo revolvió internamente, llevándolo a estudiar filosofía y crítica literaria envuelto en la política. Desde entonces, todos sus estudios lo condujeron a reconocer la preeminencia de la política. La tragedia que significó para los austriacos y los alemanes la desaparición de sus imperios en la Primera Guerra Mundial arrastró a todo mundo, las gentes sencillas, los pobres, los ricos, los obreros, los campesinos pero, sobre todo, a los intelectuales.
Esos intelectuales estuvieron entre los grandes constructores de la civilización científica y artística del siglo XX. A Pérez Gay le llamaron la atención, en particular, sus literatos. ¿Cómo pudieron crear en el mundo en que habían nacido y que ahora estaba en ruinas? Cada uno reprodujo, a su manera y con sus propias visiones de la vida, esa tragedia cósmica, convirtiéndola en tragedia personal. Los austriacos (Hermann Broch, Robert Musil, Karl Kraus, Joseph Roth y Stefan Zweig) interesaron particularmente a Chema Pérez Gay.
Era un gran lector de los alemanes (su vida cambió, dijo en alguna ocasión, cuando leyó por primera vez en alemán La montaña mágica, de Thomas Mann), pero los austriacos le llamaban más la atención. Tenían la particularidad, además, de ser muchos de ellos judíos, pero judíos que no sabían explicarse a sí mismos más que como austriacos. La tragedia convertida en esencia de la vida era lo que mayormente les caracterizaba. En un cierto sentido, si no hubiese sido por su extremismo radical del aislamiento y la indefensión, Franz Kafka los contenía a todos. El Imperio austrohúngaro era el fantasma al que todos se debían. El mundo perdido sin el cual ahora tenían que enfrentar la vida.
Chema explicaba así su preferencia por los austriacos: La cultura vienesa del 900 es, creo yo, nuestro futuro anterior, porque comprende gran parte de las expresiones culturales y críticas del siglo XX y de los primeros años del XXI. De la misma forma creo que sin una idea de la historia del imperio austrohúngaro y de la cultura vienesa, la vida y la obra no sólo de Sigmund Freud sino también de Ludwig Wittgenstein son casi imposibles de entender ( El imperio perdido, Plaza y Valdés, México, 2011, p. 11).
El germanista consumado era, empero, un mexicano de primera y sus verdaderas preocupaciones giraban en torno de México. Guiado por el principio de que la política rige la vida social, ésta no se explica por sí misma tampoco en México. Fundador e impulsor, junto con muchos otros, del movimiento lópezobradorista que ahora toma cuerpo en el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), Pérez Gay aportó todo su talento y sus muchas luces al surgimiento de esta nueva opción política de la que dependerá en mucho el futuro de nuestro país.

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