Néstor de Buen
Cuando llegué a México, el 26 de julio de 1940, gracias a la
generosidad del general Lázaro Cárdenas, pensé que estaba en un país de
izquierda, librepensador. No tardé mucho en darme cuenta de que estaba
equivocado. Las conversaciones con mis compañeros mexicanos en el Instituto Luis
Vives pronto me hicieron pensar que la primera impresión era errónea. Y cuando
tomó posesión como presidente el general Ávila Camacho y su esposa promovió el
año de la Virgen de Guadalupe, confirmé mis temores de que la primera impresión
no tenía fundamento. Por el contrario, a pesar de Benito Juárez y sus leyes de
Reforma, el catolicismo del país era su condición más evidente. Y el derechismo
le venía de la mano como consecuencia natural.
Ninguno de los sucesores de Ávila Camacho me llevó a pensar de otra manera.
Todos resultaron de derechas, sin alternativas.
El PRI ha sido protagonista de esas tendencias. Desde su origen como Partido
de la Revolución Mexicana mantuvo la tradición conservadora que impuso Ávila
Camacho, reforzó Miguel Alemán y consolidaron sin excepción sus sucesores. Por
eso la presencia del PAN en la Presidencia, con Vicente Fox y Felipe Calderón,
no cambió mucho las cosas. Por el contrario, simplemente reforzó las mismas
ideas.
Los 12 años del PAN en la Presidencia no se han divorciado de la política
impuesta por el PRI. El conservadurismo del PAN no fue novedad, sino
continuación. Ejemplos hay de sobra, pero en mi mundo laboral la desaparición de
Luz y Fuerza del Centro y la permanente agresión contra el sindicato minero son
prueba de lo mismo.
El PRI ha sido siempre un partido conservador. Con él ha proliferado el
sindicalismo corporativo, aliado del Estado y de los empresarios, y autor de
proyectos de reforma a la Ley Federal del Trabajo (LFT) que ponen de manifiesto
ese espíritu.
No tengo muchas dudas acerca de que el PRI les dé un empujoncito para que se
conviertan en ley. Con lo que el corporativismo sindical, la desaparición de la
estabilidad en el empleo y los contratos de protección seguirán de moda y, con
ellos, las juntas de conciliación y arbitraje, instrumento precioso del
corporativismo, entre otras cosas.
Las alternativas no son fáciles. Las más importantes están en la
consolidación de un sindicalismo democrático, pero no hay muchos elementos que
permitan tener optimismo sobre el particular. El registro de los sindicatos por
obra y gracia de la Secretaría del Trabajo y la toma de nota de sus mesas
directivas volverá a ser una de las características naturales de la política
laboral. Eso, sin considerar el control de las huelgas en el que siempre esté
presente el conservadurismo de Venustiano Carranza, expresado dramáticamente en
su ley de julio de 1916.
¿Hay alguna esperanza de que las cosas no sean así?
Creo que la presencia numerosa del PRD en el Congreso podrá ayudar a que no
sea tan fácil mantener la política conservadora, pese al riesgo de que se dé una
probable alianza del PRI con el PAN, que si no se presenta hará todo mucho más
difícil.
Habrá que ver cómo se integra el gabinete de Peña Nieto. Los antecedentes de
su paso por el gobierno del estado de México no dan muchas esperanzas. La
elección del secretario del Trabajo será un dato importante.
Lo cierto es que sí hay que reformar la Ley Federal del Trabajo. Claro está
que eso, ahora, tiene mucho de utópico. Porque suprimir la dependencia de las
juntas de conciliación y arbitraje de los poderes ejecutivos no es algo que
pueda verse con optimismo. El cambio absurdo de la presidencia en el Tribunal
Federal de Conciliación y Arbitraje, mandando al archivo al excelente presidente
que fue Alfredo Farid Barquet y poniendo en su lugar al subsecretario de Javier
Lozano, no parece buena noticia.
Veremos qué pasa. No falta mucho para que las cosas se definan. Ojalá que el
PRI se acuerde del espíritu social de nuestra Constitución. Pero tengo mis
dudas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario