Enrique Calderón Alzati
Se trata de una pregunta interesante, aunque su repuesta resulta
deprimente. En esto contamos con experiencias recientes: podríamos hablar del
cometido por Carlos Salinas y su equipo de colaboradores (por no decir
cómplices), pero prefiero usar el caso más reciente, el de Felipe Calderón,
porque se trata de algo tan fresco que aún lo estamos viviendo.
En este caso, los costos de la comisión del fraude mismo fueron relativamente
pequeños, porque en su logro no se utilizaron ni la compra masiva de votos ni
fueron dispendios tan groseros, aunque tampoco despreciables. Los verdaderos
costos vinieron después, y tuvieron que ser pagados con recursos de la nación,
pero también con sangre –y mucha– del pueblo mexicano.
Las razones para ello fueron varias, pero todas se resumen en un par de
ideas: la primera fue la necesidad de que el nuevo presidente y su equipo de
gobierno pagasen los servicios que hicieron posible su acceso al poder, lo que
implicó el aseguramiento de la impunidad del presidente saliente, de su esposa y
de los hijos de ésta, pues nunca nadie les exigió que devolvieran ni una
partecita mínima de todo lo que se habían llevado, del tráfico de influencias
que habían ejercido en favor de amigos, que seguramente les pagaron sus
servicios a cambio de la obtención de contratos, concesiones y dádivas, todas
ellas al margen de la ley y pagaderas sólo con los recursos aportados por la
sociedad. No fueron ellos los únicos beneficiarios: hubo muchos otros que
recibieron pagos en forma de contratos y concesiones por su contribución a la
imposición del nuevo presidente, incluyendo a los grandes empresarios, a los
bancos y, por supuesto, a las cadenas televisoras y medios de comunicación
alternos. Otros beneficiados por su contribución al fraude fueron los propios
amigos y colaboradores del señor Presidente, conocidos ampliamente por las
estelas de corrupción y enriquecimiento inexplicable que son del dominio
público.
Sin embargo, hubo otros que sin participar directamente en ese fraude, se
beneficiaron de él simplemente poniéndose del lado del aparente triunfador sin
reparar en la legitimidad de su triunfo, dándole el respaldo de su aval, para
hacer de aquel triunfo dudoso y manchado algo más respetable, tanto en el ámbito
interno como en el internacional. Entre ellos podemos mencionar ahora claramente
al PRI, que hoy reclama la devolución del servicio prestado en 2006, como si no
hubiesen recibido un pago por sus servicios, bastante alto por cierto.
¿En que consistió ese pago? Bueno, éste tuvo necesariamente varias
componentes, una de las cuales ha sido, desde luego, la que aparentemente les ha
podido dar los recursos para montar el nuevo escenario requerido para la toma
del poder: la entrega de enormes presupuestos a los gobiernos estatales
priístas, sin los candados necesarios para que esos gobiernos se viesen
obligados a usarlos para gobernar bien y servir a la población que vive en
ellos, y no para usarlos y servirse de ellos como mejor les pareciese. El
conocido caso de Coahuila es una muestra de esto, así como de los costos pagados
por los habitantes de ese estado. A escala nacional, seguramente este tipo de
conductas fue replicada en otros estados gobernados por este partido. Pero este
es sólo uno de los altísimos costos de aquella legitimación ocurrida en 2006,
que fueron pagados con los recursos del pueblo mexicano y que estaban destinados
a ser usados para dar salud, seguridad, educación y servicios, que en su mayor
parte no llegaron a su destino. Otros pagos por el apoyo recibido fueron a dar a
un buen número de empresas en forma de exenciones fiscales y tratos que
facilitaron el encarecimiento de productos y servicios, como ha sido el caso de
los bancos y el de las tarifas aéreas.
El otro pago, más oneroso aún para todos los demás, porque además de
beneficios financieros otorgados ha tenido un componente de tragedia para miles
de hogares mexicanos, requiere de una pequeña explicación. Se trata de una
retribución al gobierno estadunidense por su reconocimiento a Felipe Calderón
como presidente de la República, pese a la serie de irregularidades que
seguramente ellos conocían mejor que nadie, en virtud de sus propios servicios
de inteligencia. El Plan Puebla Panamá, supuestamente orientado a
fomentar el desarrollo de México y Centroamérica y a eliminar el creciente nivel delictivo en la región, era el instrumento ideal para realizar negocios e incrementar su influencia, de por sí importante. De alguna manera sabemos que el narcotráfico en México tuvo su origen en las demandas crecientes de drogas por parte de ese país y de su gobierno. Evidencias recientes indican que buenas cantidades de dinero procedentes del narcotráfico han sido depositadas en bancos de ese país en épocas recientes, y con el conocimiento e incluso la participación de agencias gubernamentales estadunidenses; por otra parte, el tráfico de armas de Estados Unidos hacia México ha sido una actividad importante y redituable para las empresas estadunidenses del ramo, siendo probable que el volumen de ventas supere con creces más de 50 mil armas de fuego, gracias a las cuales nuestro país ha entrado en un virtual estado de guerra con más de 60 mil muertos, de acuerdo con cifras reconocidas oficialmente. La negativa del director de la operación Rápido y Furioso al Congreso de Estados Unidos para hacer pública la información sobre la introducción de armas a México para su venta al narcotráfico, con la venia del gobierno estadunidense, ha sido documentada por los periódicos de nuestro país y, de manera particular, por La Jornada.
Por su parte, el Presidente de México cuenta con una agencia de información,
el Cisen, que le permite, supuestamente, saber todo lo que ocurre en el país, y
que es relevante para la seguridad nacional, por lo que la introducción de ese
gigantesco volumen de armas, y los millones de municiones para su
funcionamiento, no pudieron pasar inadvertidos, pese a los altos niveles de
corrupción que privan en las aduanas de nuestro país. ¿Cómo explicar que todo
esto ocurriese sin que el gobierno de México, en supuesta guerra contra el
crimen organizado, hiciese algo por detener tanto el aprovisionamiento de armas
como el lavado de dinero, que constituyen los dos factores esenciales de la
debacle? No puede uno dejar de pensar que todo esto tuvo su origen y fue el
costo por pagar de lo ocurrido con las elecciones de 2006. ¿Cuál será el nuevo
costo que tendrá que pagar el país por lo que ahora está sucediendo?
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