Soledad Loaeza
Muchas son las causas
de la derrota del PAN, desde la incapacidad que han mostrado dos
gobiernos panistas sucesivos para resolver los problemas de una economía
que no ha podido crecer en forma sostenida hasta el descontento
creciente con la política de seguridad pública del gobierno. Es posible,
como asegura este último, que las percepciones negativas de su
desempeño sean injustas o producto de una mala prensa, pero entonces
tendrían que preguntarse por qué no han podido vencerlas, y si estas
percepciones no encuentran apoyo en nuestra vida cotidiana.
luchas intestinas, de reconstitución y de rencuentro, en alusión al impacto disruptivo de la derrota sobre el partido, y dijo que hay suficientes tensiones y disputas en el partido como para añadir una más.
No es raro que una derrota saque a flote tensiones, resentimientos, que provoque reproches y pleitos y exacerbe rivalidades y fracturas. Así se explica que, como dijo Madero, en este momento para los panistas la prioridad es el partido; pero si reviso lo ocurrido durante la campaña desde la elección de Josefina Vázquez como candidata presidencial, todo sugiere que para algunas corrientes internas la prioridad siempre fue el partido, incluso por encima de la victoria en la presidencial. Me pregunto incluso si, convencidos de antemano de que iban a perder, esos panistas no habrán apoyado la precandidatura de Ernesto Cordero, con la idea de que con él como candidato podrían conservar el control del partido incluso después de la previsible derrota, y así protegerlo de sus estragos.
La protección del partido es un objetivo razonable, pero no todos los panistas estaban de acuerdo en que fuera lo más importante, sobre todo durante una campaña electoral, en las que normalmente la primera línea de ataque está a cargo de los partidos. Contrariamente a lo que se hubiera esperado del PAN, que ha hecho de la disciplina casi una biografía, no todos los panistas se alinearon detrás de su candidata, y la fractura que abrió la competencia por la candidatura presidencial nunca sanó del todo. El PAN escapó al control de los josefinistas, en la campaña estuvo casi todo el tiempo en la retaguardia, y se ahorró muchas batallas; pero la integridad del partido fue un costo para la candidata que daba la impresión de estar sola. Josefina no es Vicente Fox, quien en una situación lejanamente similar pobló esa distancia con empresarios y clases medias que aspiraban a vivir como si estuvieran en Texas.
Al tibio apoyo del partido como factor de derrota, yo sumaría
el discurso de la candidata. No me refiero al estilo, a la oratoria bien
entrenada, a la gestualidad ensayada y seguramente supervisada por un
experto en la materia. A mi manera de ver la selección de los temas, la
identificación del interlocutor, los recursos retóricos tuvieron mucho
que ver con el tercer lugar de Josefina en los resultados. A través de
ellos, temas, retórica y destinatario del mensaje, la candidata proyectó
una y otra vez la imagen que tiene de lo que es la sociedad mexicana, y
ésta resultó tan alejada de la realidad que no hubo manera de que las
grandes audiencias se identificaran con esa candidatura. Ahora la ex
candidata ha mudado el discurso, tal vez porque reconoció el error que
fue pensar que la sociedad a la que se dirigía estaba integrada por
familias que se reúnen a las siete de la noche todos los días a rezar el
rosario y tomar chocolate Abuelita. De ahí que en el discurso de
reconocimiento de la derrota haya insistido tanto en los ciudadanos, en
el papel central que cumplen en la construcción de la democracia, y que
haya anunciado la formación de un movimiento ciudadano (así de enojada
está con su partido).
Confieso que el tipo de sociedad que evocaba Josefina en sus
discursos me resultaba intolerable, en particular cuando se refería a
las mujeres. Me pregunto cómo es posible que después de haber sido
secretaria de Desarrollo Social haya insistido en llevar a cabo una
campaña mojigata y rezandera, en la que las mujeres eran sólo madres de
familia, o esposas, hermanas, hijas, novias, ahijadas; es decir,
Josefina nos definía una y otra vez en relación con un hombre. Como si
no supiera que un tercio de los hogares en México tiene a una mujer como
jefe de familia; que nos hemos integrado en masa al mercado laboral;
que la planificación familiar nos ha liberado y nos ha favorecido tanto
que no queremos dar ni un paso atrás. Nunca nos vio como individuos, o
si quieren, como personas que vivimos en el siglo XXI, con voluntad de
independencia. Tendría que haber revisado la Encuesta Mundial de Valores
de Ronald Inglehart, para ver cuánto han cambiado las actitudes de las
mujeres hacia los hombres, el trabajo o la Iglesia católica.
El México disfrazado de clase media texana que ofreció Vicente Fox
tampoco me gustaba, pero debe de haber sido mucho más cercano para
millones de electores, porque ganó con esa oferta chabacana; en cambio,
perdió el México ultramontano de Josefina.
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