Autor: Aurelio Morales Posselt *
Fraude o no fraude, y aún asumiendo que la obvia compra de votos no
existiera y que no existen asimetrías que favorezcan a un partido sobre
otro (repito, asumiendo que así fuera), es difícil que no exista en
muchos mexicanos la sensación de estar eligiendo gobernantes de la misma
manera que eligen entre Coca, Pepsi o Red Cola, y no tanto porque al
final de cuentas sean todos lo mismo o porque, aunque varíen en el
empaque, en el fondo todos contienen las mismas cantidades nocivas de
azúcar, sino, más bien y sobre todo, porque estamos asistiendo como
consumidores a la comercialización de un producto. Decir hoy que la
carrera política es una carrera de imagen es decir algo poco polémico. E
igual que en las bebidas, hay tres grandes monopolios que quieren
convencerte que su producto es el mejor.
¿A qué voy con todo esto? ¿Para qué hacer énfasis en el trillado merchandaising
político, cuando los tiempos actuales de emergencia necesitan de
acciones y denuncias concretas? Para llegar a ese punto, antes me
gustaría hacer una reflexión sobre el poder y la manera en que se
estructura socialmente. Michael Foucault, filósofo del poder, decía que
éste es como una red que se va adaptando a las circunstancias,
estirándose y apropiándose de aquellas expresiones que pretenden
oponérsele. El poder, como lo entiende este pensador francés, no es algo
que se tiene (como se piensa en la política) sino algo que subyace a
las relaciones humanas y nos modela como humanos y como sociedad. El
poder es básicamente aquello que cohesiona una sociedad, aquella
tendencia a mantener el statu quo, sea cual fuere. El poder se
transmite en la cultura, en las relaciones familiares, en las ideas y,
de una forma u otra, nos domina, pues es inherente a las relaciones
humanas. El poder, por ejemplo, se transmite en la convicción general de
que las naciones deben protegerse unas de otras; en la misma idea de
que las fronteras son necesarias o en ideas más abstractas aún como que
todo tiene su lugar y su momento, o de que sin un gobierno que brinde
seguridad a los ciudadanos la sociedad se irá al caos.
El poder vendría a instaurarse al interior de cada persona desde el
momento que se distinguen ciertas ideas correctas sobre las que no lo
son. Los discursos mediáticos son los discursos de poder más claros;
así, los medios transmiten la idea de que votar es correcto y no hacerlo
es antipatriótico; que criticar las instituciones es una cosa, pero mandarlas al diablo es sacrilegio;
que manifestar el descontento con una denuncia es correcto y que
manifestarse en las calles es de bárbaros… En fin, las maneras en que
los discursos, la educación, la sociedad misma van interviniendo en
nuestro comportamiento son justamente aquellas en que se expresa el
poder, es la forma en que nos domina como entes sociales.
Invariablemente, a favor o en contra, entramos en su juego y nos movemos
en las dualidades que marca. Son muy raros los momentos en que las
sociedades logran romper esta red creando algo nuevo: una ruptura.
Vendría a ser el caso de las revoluciones, de los movimientos sociales o
del surgimiento de nuevas formas de organización social; así lo fue el
socialismo ante el dominio de la producción capitalista; la
independencia ante el poder colonialista y la democracia ante el
totalitarismo.
Sin embargo, ante estas rupturas, Foucault es poco entusiasta, pues
él observó, a través de un minucioso estudio de la historia, que toda
ruptura tarde o temprano será, como decía, apropiado por la red del
poder, por sus estructuras. Es decir, una vez instaurado el socialismo,
éste será absorbido por el Estado (las estructuras), para mantener un
cierto statu quo que le es conveniente; lo mismo los imperios ante la
pérdida de las colonias (hoy en día nadie puede negar que España sigue
ejerciendo un poder fáctico y cultural sobre Hispanoamérica).
Igualmente, y es a esto a lo que quería llegar, la misma democracia, que
en cierto momento de la historia irrumpió para transformar el tejido
social vigente y para empoderar a quien antes no tenía voz, esa
democracia que alguna vez alzó imperios, también tarde o temprano
termina, como lo hace en esos mismos imperios, siendo absorbida por las
estructuras de poder para ya no tener un papel de ruptura con éstas sino
para fortalecerlas y protegerlas repitiendo las estructuras de
dominación vigentes, entre ellas, la comercial.
No es mi intención hacer polémica al respecto de qué tanto de razón
o de error tenía el francés, sino destacar la reflexión a la que nos
lleva, es decir, a preguntarnos: ¿cuál es el rol de la democracia en la
forma en que se entiende y ejercita desde la política en México, esa
democracia del merchandaising, que inicia y acaba en la compra,
por medio del voto sexenal, del producto mejor armado? ¿Tendrá el papel
de empoderar al pueblo, o el de mantener una cierta estructura de poder?
¿Será que nuestro voto realmente define el futuro de México, o tan sólo
le da un aval? ¿Son los partidos políticos las vías de acceso público
al gobierno, o más bien la cooptación de éste por unos cuantos? ¿Por
qué, hasta hoy, no hay rebeliones sociales a gran escala en aquellas
sociedades donde el gobierno ha sido “democráticamente” elegido? No
pretendo dar las respuestas a esta polémica, que no es nada nueva, pero
que la pasada elección pone en absoluta vigencia.
Tampoco se trata de mandar al carajo a la democracia. Al contrario, se trata de desenmascararla,
de llegar a su fondo, de entender por qué estamos luchando. El mismo
Foucault no era tan pesimista como pareciera, él decía que si bien la
red del poder suele apropiarse de las manifestaciones de ruptura, la
posibilidad de una nueva ruptura nunca se cancela. La red siempre tendrá
fisuras, fisuras desde las cuales pueda desenmascararse la verdad
oculta y a través de ella lograr las transformaciones reales. Hoy en
México la democracia es una bandera de lucha, es un derecho inalienable
al que la sociedad apuesta por entero. ¿Pero a qué derecho de democracia
refiere? ¿Al de elegir limpiamente a los gobernadores? O a aquél
de participar directamente en todos los procesos sociales, el derecho
de todos a cambiar las cosas; a no permitir la exclusión ni la
destrucción ni la absorción de los otros. La lucha por la democracia es
la lucha por el reconocimiento del otro y por la vida del otro tanto
como por la de uno mismo.
*Integrante del Área de Difusión de la Liga Mexicana por la Defensa de los Derechos Humanos, AC
Publicado originalmente en:
http://contralinea.info/archivo-revista/index.php/2012/07/15/desenmascarar-la-democracia/
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http://contralinea.info/archivo-revista/index.php/2012/07/15/desenmascarar-la-democracia/
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