Ayer, luego de
50 días de haber alterado en forma relevante y saludable el acontecer
político del país, el movimiento estudiantil y juvenil #YoSoy132 realizó
su quinta asamblea interuniversitaria en la Facultad de Ciencias de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con el propósito de
definir su postura frente al proceso electoral aún en curso y de
delinear su plan de acción para los próximos meses.
Con independencia de los resolutivos que se hayan alcanzado en ese
proceso de deliberación colectiva –los cuales seguían sin conocerse al
cierre de esta edición–, el encuentro mismo tiene relevancia noticiosa,
habida cuenta del aporte invaluable que ese movimiento ha hecho en las
semanas pasadas al panorama político nacional; su papel como factor de
escrutinio del poder político y mediático del país, así como su empeño
por exhibir y transparentar las miserias de una transición democrática
que supuestamente se había consumado hace 12 años con el recambio de
logotipos partidistas en la presidencia.
Sin embargo, la circunstancia de postración e incluso de retroceso
que padece el país en materia de democracia ha sido puesta de manifiesto
una vez más con la incertidumbre del proceso electoral aún en curso;
con la persistencia documentada de prácticas impresentables y
antidemocráticas por partidos y gobiernos antes y durante los comicios,
así como con la incapacidad o falta de voluntad de las autoridades
electorales para erradicar tales prácticas y con la pérdida de
credibilidad del conjunto de las instituciones políticas. Ejemplo de
ello es que, incluso desde antes de la jornada cívica del pasado domingo
y de las consecuentes denuncias por prácticas ilícitas, más de 70 por
ciento de la población consideraba posible un fraude electoral, según un
estudio realizado por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la
UNAM dado a conocer por este diario.
Es necesario, ante tal panorama, que el compromiso democrático y el
ánimo cívico expresado en estas semanas por el movimiento #Yosoy132
trasciendan la actual coyuntura electoral y que, más allá de
posicionamientos puntuales a los resultados y los vicios exhibidos en
esta elección, se proyecten en una agenda de largo aliento que permita a
ese colectivo enfrentar la multiplicidad de desafíos que tiene ante sí,
sin dispersarse y sin perder la pluralidad, la creatividad y la energía
que lo caracterizan.
Al respecto, resulta pertinente cotejar las condiciones en que
se ha dado la irrupción de la movilización estudiantil y juvenil en
México con las que imperan en el proceso análogo que se vivió
recientemente en Chile. En contraste con el historial de represión,
cooptación y encanallamiento inducido desde el poder público que se ha
desarrollado en nuestro país contra las experiencias organizativas de
estudiantes –son caraterísticos los casos de la Federación de
Estudiantes Universitarios en la Universidad de Guadalajara, el
Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (Muro) en la propia
UNAM, y otros grupos porriles–, en la nación andina los estudiantes han
logrado articularse en una red de federaciones estudiantiles que cuentan
con representación formal, estructura y vida política internas. Entre
ellas destaca la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile
(Fech), organización de larga trayectoria combativa, que ha participado
en causas sociales en forma destacada, y que fue el elemento articulador
de las protestas desarrolladas desde el año pasado en ese país en
demanda de educación gratuita de calidad.
Acaso el desafío más importante que enfrenta el movimiento #YoSoy132
sea superar precisamente esa condición y avanzar hacia la conformación
de una organización estudiantil independiente del poder político como
las que hay en otros países de América Latina. Cabe esperar que lo
consigan y que logren, por esa vía, dar continuidad a su carácter de
colectivo pacífico, bien informado, crítico y propositivo, ampliar sus
bases de respaldo social y consolidarse como actor relevante y
permanente en el empeño de transformación democrática del país.
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