León Bendesky
El proceso electoral que terminó el primero de julio fue
controvertido. Las circunstancias son bien conocidas y han sido ampliamente
debatidas. Pero la elección, legalmente, aún no está concluida. Que se impugnen
los resultados es un derecho amparado por la ley; que lo haga AMLO, es para
muchos motivo de crítica. Que acepte, dicen, los resultados y admita su derrota.
Para eso hay tiempo, no es necesario excitarse.
Dicen los expertos en estos temas que el hecho de que se gaste en demasía en
las elecciones, que se compren votos, que haya trampas ocurre en todas partes.
Pues sí, así debe ser, pero nosotros vivimos aquí, en un entorno específico, con
nuestras propias taras y virtudes y, cómo olvidarlo, con nuestra propia
historia: la larga y la reciente. Siquiera eso que nos concedan dichos expertos,
o ¿será que su dominio de la ciencia política no les alcanza para más?
Que la izquierda partidista no sabe escoger buenos candidatos dicen otros. Y,
sí, en efecto, AMLO no es un tipo bonito, fotogénico y cumplidamente armado por
la televisión y los medios impresos. No es un buen producto. Es como es y punto,
lo que no equivale a decir que es un político vacío y descocado, sino más bien a
contrapelo. Después de todo obtuvo 32 por ciento de los votos frente a 38 del
virtual ganador y sólo 25 de la candidata del partido en el gobierno. Lo menos
que se puede decir, entonces, es que el electorado está muy dividido. Queda, eso
sí, la forma en que actúan los partidos de la denominada izquierda, cuando
gobiernan y cuando se acomodan a las rentas del presupuesto.
Muchos intelectuales apoyaron abiertamente la candidatura del PRI, están en
su derecho por supuesto y sus razones tendrán, sean por el interés de la nación
o por los propios, eso es irrelevante. Pero habrán de admitir que muchos
mexicanos no comparten su entusiasmo y ven con grandes sospechas o, más bien,
con mucha incredulidad y desazón, la vuelta del PRI al poder.
Esta restauración no puede sustentarse en la afirmación de que ese partido se
ha transformado para guiar al país por la senda del progreso y la concordia
social. No hay evidencia de modernización en su discurso, en sus prácticas y su
código genético. No se trata, debemos suponer, de magia o fe, pues de ser así se
estaría más cerca del mesianismo que tanto critican. Es un retorno
conveniente.
Detrás de las caras
nuevas– que la verdad no lo son tanto–, están los mismos personajes de siempre, con idénticas costumbres y con la misma estructura interna de funcionamiento y redes de poder. Se sabe quiénes son y cual es su rastro. En todo caso la exigencia de la prueba quedaría enteramente de su lado.
De mucha de la prensa, la que se hace por televisión, radio y por escrito, la
imagen que queda es en verdad muy pobre. Un caso medular, aunque no único es el
manejo y la utilización burda de las encuestas; Milenio se lleva las palmas en
el competido premio por desfachatez. La manipulación alcanzó nuevos niveles en
este terreno, además de los otros, más convencionales y que tan bien se
practican en el país. Así, la aclaración del caso Soriana y su entramado, por
ejemplo, no debería quedar sin investigarse, aunque cabe esperar más de la
impunidad corriente en este país.
Los días que siguen son de relevancia para reordenar la vida colectiva en
México. Las formas y el fondo con el que se tratan los asuntos políticos no
podrán separarse sin el riesgo de provocar hondas y costosas fisuras y que, al
parecer, se toleran ya con menos resignación por la gente. Quien gobierne tendrá
que hacerse cargo de esas fracturas o hacer algo por alcanzar una legitimidad
sostenible sin recurrir a un autoritarismo fuera de tono y de tino. La
inconformidad de una parte grande de la sociedad se manifiesta abiertamente,
otra se incuba de modo más callado.
De la supuesta capacidad de un liderazgo del PRI para renovar las pautas del
crecimiento y del bienestar es sólo eso, un supuesto. Tal cosa no se resuelve
con discursos que en la campaña fueron un conjunto de declaraciones más bien
vacías de contenido. En este campo el contraste con las otras propuestas es
frontal y, por eso, incómodo para los intereses políticos y económicos
dominantes.
Esos mismos intelectuales que apoyaron abiertamente al PRI en las elecciones
han argumentado que México tiene todos los elementos para desbordarse en una era
de progreso. Esto hay que matizarlo, ponderarlo y ponerlo en el marco de las
posibilidades efectivas de modificación de los patrones de funcionamiento que
están muy bien asentados; el inventario es conocido. Pero por arrebato y
optimismo no cejan. Otra vez hay muchas dudas acerca de que el retrono del PRI,
con sus propias rigideces internas y modos de hacer política, acomode las
condiciones necesarias para que tal cosa ocurra.
Pero no es un asunto de voluntades o, incluso, de la supuesta capacidad de
administrar las cosas públicas una vez que el PAN desaprovechó su oportunidad y
que haya entre sus huestes quienes se han convertido al nuevo priísmo.
El capitalismo está mudando en el marco de la fuerte crisis de los países
centrales. En Estados Unidos y Europa la economía está tumbada, los bancos
dañados y la sociedad debilitada. No se puede esperar un crecimiento que jale al
resto del mundo. Los ajustes serán significativos en los próximos años, sobre
todo ante las resistencias de los esquemas aún vigentes. Habrá que replantear
cómo se gobierna.
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