Bernardo Bátiz V.
La capital es la capital, es la cabeza, volvió a estar al frente, a
la vanguardia del cambio. Aquí no se pueden comprar tantos votos ni se puede
manipular tan fácilmente la voluntad popular como en otras latitudes de nuestro
amplio y complejo país, que vuelve a caer en manos de sus depredadores. La
capital no, aquí ganó el pueblo. Todo, los pobres de GAM, de Iztapalapa, de
Iztacalco, de la Venustiano Carranza, de las barrancas de Álvaro Obregón; pero
también las clases medias, hartas ya del engaño, votaron por AMLO.
En mi casilla, en la colonia Villa de Cortés, la votación mayoritaria fue
para el Movimiento Progresista con una clara ventaja por el candidato a la
Presidencia, también con ventaja por la joven que jugó para la jefatura
delegacional. Hubo voto diferenciado, los candidatos a legisladores federales
obtuvieron menos sufragios y más alta votación, otra joven, para representarnos
en la Asamblea.
¿Por qué la diferencia entre el DF y otras zonas del país? La respuesta es
compleja, pero todos la sabemos. No funcionó la democracia auténtica en todas
partes, sino una simulación democrática, en la que la voluntad popular se
expresa parcialmente, acotada, acorralada.
Además de la capital del país, otras zonas se salvan. La mayoría no; actuaron
a fondo los gobernadores, los caciques, el sindicato de la Sra. Gordillo para
comprar, manipular, corromper, pero en especial hubo una campaña para aturdir y
desorientar a los votantes de la que los capitalinos mayoritariamente salimos
indemnes.
Para las formulas antiguas de fraude electoral, antes de la era del IFE, del
TEPJF y de Televisa, los partidos de oposición improvisábamos defensas y
contravenenos; de ahí la complejidad de las elecciones mexicanas, han
evolucionado al ritmo en que los mapaches, los operadores electorales sin
vergüenza, inventan triquiñuelas para alterar o falsificar la voluntad
popular.
Hoy la forma de alterar el resultado es muy sofisticada, perversa y difícil
de ser explicada; básicamente consiste en engañar masivamente por medio de un
plan general cumplido escrupulosamente para crear la ficción de un triunfo
decidido de antemano y para el caso de que esta manipulación masiva no responda
a lo planeado, el último recurso es aprovechar la necesidad de los pobres para
cohecharlos con dinero para que vendan muy barato su voto. La necesidad tiene
cara de hereje.
El por qué la ciudad de México fue impenetrable a esta estrategia es
sencilla: aquí hay más información, más percepción y, por tanto, más conciencia
ciudadana. También, gracias a los programas sociales, encontramos menos pobreza,
lo que significa menos vulnerabilidad a la coacción por hambre.
La elección federal debe ser anulada por el gasto exorbitante del candidato
oficialmente triunfador, por los elaborados juegos de mentiras programadas para
impedir que la gente tomara una decisión informada y libre, por la compra masiva
de votos y por la violación a la equidad en las campañas. Pero pienso que los
analistas políticos deben de reflexionar en lo que significa la excepción que
constituye la capital del país.
No solo obtuvo aquí AMLO una votación mayoritaria indiscutible, sino que aquí
también aparecieron dos hechos sociológicos que han dado al actual proceso
electoral características que lo distinguen de otros anteriores. El
boom de las redes sociales irrumpió para impedir la manipulación de la
televisión y su expresión más significativa es capitalina; aquí también, a
partir de la Ibero, pero en todas las escuelas de educación superior,
apareció espontáneo el grito de #YoSoy132. En ambos casos, más allá de favorecer
a un candidato o denostar a otro, se trata de evitar el engaño. Es la rebelión
de la inteligencia lúcida de los jóvenes en contra del sistema que los quiere
objetos moldeables de la manipulación y la mentira adormecedora. Pero no,
resultó que tienen su propio juicio.
Votos más libres en la capital, redes sociales desbordando la desinformación
de la televisión y jóvenes asumiendo su papel de protagonistas. Eso es lo nuevo
y surge aquí, en el Distrito Federal; su síntesis la encuentro en una foto de la
revista Trabajadores, de la Universidad Obrera, de un joven con un
cartel que dice
Apaga la TV y abre los ojos.
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