Sabina
Berman
El periodista inglés, treinteañero, la corbata floja, como para marcar su
diferencia con el político que entrevista, de corbata, traje y peinado
calculados por expertos, Enrique Peña Nieto, le suelta la pregunta,
diabólicamente bien formulada.
“¿Metería usted en el fuego las manos para asegurar que ni un solo voto por
el PRI fue comprado?”
La pregunta no quiere indagar en el montón de irregularidades que alega la
oposición, no quiere indagar en las minucias de la defensa que emprenderá el
PRI, no se interesa en los aspectos legales, o legaloides, de la elección.
Apunta al pecho del virtual presidente electo.
Le estoy preguntando si usted es capaz de formular una respuesta verdadera:
si es capaz de ajustar su lenguaje a los hechos que todos hemos atestiguado, ya
sea en los Sorianas más próximos a nuestro domicilio o a través de los videos
que recorren la internet.
Peña Nieto viene preparado para el tema de la pregunta, probablemente un
comité calculó cada palabra de su respuesta, pero no para una formulación
colocada en el terreno de la sinceridad personal, así que su respuesta suena
desencajada.
“La vasta mayoría de los mexicanos me favoreció con su voto… Hay más de 3
millones de votos entre el segundo lugar y yo”. El reportero revira: “¿Y qué
piensa de los videos que corren por la red de personas demandando el pago de las
tarjetas en Soriana?”. Peña Nieto replica: “Podrían ser montajes de nuestros
adversarios”.
La BBC va a un corte de anuncios y al regresar muestra uno de esos videos.
Una mujer reclama su pago en Soriana, a su espalda más mujeres haciendo lo
propio. Una mujer despeinada, mal vestida, indignada, pobre, con lonjas bajo el
suéter raído, con los ojos llorosos, una mujer golpeada por la enésima decepción
de su vida. Una mujer creíble como lo real.
En tres minutos los 10, 15 o 20 millones de televidentes de la BBC,
diseminados alrededor del mundo, han catalogado al virtual presidente electo de
ese lejano país llamado México como alguien que no habla con la verdad, y han
catalogado a ese lejano país como uno del Tercer Mundo, que asomó la cabeza
hacia mejores tiempos de democracia, pero regresa a las penumbras de la política
mafiosa.
No otra cosa nos sucede a los mexicanos ante la afirmación de Peña Nieto,
secundada por las autoridades del PRI, en el sentido de que no se compró un solo
voto. Aun quien tachó en una casilla su logo, registra la imposibilidad de
seguirlo con los ojos abiertos y la conciencia encendida. La compra de votos fue
tan vasta, que aparecen testigos en cada quicio.
La recamarera que cobró en su pueblo 500 pesos. El operador que es vecino del
barrio y se sentó en la casa a discutir tarifas. El estudiante que aún hoy usa
su tarjeta de prepago telefónico con la foto del candidato llenando el
cuadro.
¿Qué hacer con la evidencia? Peña y el PRI nos piden lo mismo que a los
televidentes de la BBC, que la descreamos en aras de un bien mayor. La adhesión
a su Presidencia. ¿Qué hacer con las instituciones que pagamos precisamente para
vigilar la elección y ahora deben cuantificar y catalogar los delitos
electorales? Peña nos pide que de antemano las mandemos al diablo.
Esa es la petición tácita de Peña. Volvamos al tiempo en que lo fingíamos
todo. Restauremos el idioma de las medias verdades y las mentiras lujosas.
Reinstalemos las estrategias lingüísticas de la dictablanda. Rompamos con la
realidad y adentrémonos en el maravilloso e interminable planeta de la
simulación.

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