Pedro Miguel
Enrique Peña Nieto fue virtualmente ungido presidente ayer por
Felipe Calderón, Leonardo Valdés Zurita y el poder de la tele, con base
en estimaciones parciales de 5 o 6 por ciento de los votos. Con menos que eso,
Josefina Vázquez Mota y Gabriel Quadri, rivales de utilería para Peña, salieron
a proclamar sus respectivas derrotas y colorín colorado, esta telenovela se ha
acabado. Ya hay presidente (desde hace seis años no lo había), el reino recupera
la paz y ya: terminó la fiesta de la política, ciudadanos; váyanse a sus casas
que ya los llamaremos dentro de tres años y dentro de seis, cuando sus
credenciales del IFE vuelvan a ser requeridas.
O sea que la realidad es el bombardeo de caras bonitas en la pantalla, el
listado de claves de elector, los fajos de billetes, los millones de
bots en las redes sociales y los golpeadores de camisa roja que
aparecen cuando no queda más remedio para sosegar a la prole.
En cambio, el hartazgo popular contra el PRIAN, la memoria histórica, la
empeñosa construcción de organizaciones ciudadanas, el fervor cívico que se ha
vivido en tiempos recientes y, por supuesto, el movimiento #YoSoy132, son parte
del reino de la fantasía. De la ficción, corregiría Salinas.
Los ámbitos del poder ganaron, por lo pronto, la carrera de las prisas. Si a
las disidencias del régimen les urgía salir a festejar un triunfo en las plazas
de la República, a la oligarquía político-mediática le urgía más cerrar el
capítulo. Y lo hizo a trompicones. Mostró el cobre. Puso a Calderón en el papel
de fuente de la que dimana la soberanía –sí, a Calderón, el ahora foco de
contagio de ilegitimidades–, junto con Valdés Zurita y los consejos de
administración (más conocedores de política que las redacciones) de las fábricas
mediáticas de candidatos hechizos y presidentes piratas.
Las oposiciones –las sociales y las políticas– tienen la alternativa de
deprimirse durante seis años o de hacer acopio de documentación, calculadoras,
memorias de celular y cuentas de redes sociales, de abogados y de expertos
estadísticos, a fin de estar en condiciones de resignarse a la derrota o de
impugnar en forma contundente un proceso electoral al que de cualquier forma se
le asoman los gusanos. Desde tiempos de Salinas las dirigencias de Acción
Nacional decidieron cambiarse de la brega de eternidad por la brega de
indignidad, y volverse priístas. No hay que pensar en cosas tan aburridas como
la eternidad, ni tan autodestructivas como la otra –miren nada más cómo le fue
al panismo en las urnas, y sin necesidad de que nadie hiciera fraude en su
contra–, pero las izquierdas partidistas y sociales sabían que su lucha no era,
en última instancia, por la Presidencia, aunque haga escala en ella. Una vez que
se tengan, mañana, los resultados definitivos –y, sería de esperar, una lista
consolidada de agravios electorales impugnables–, se verá que hacer. Ayer y hoy,
aunque muchos tengan prisa, era demasiado pronto.
Alguien aquí está jugando un juego peligroso. Alguien está trepado en una
pompa de jabón que más se debilita mientras más se infla. Puede ser que la
primavera mexicana haya sido una ilusión, pero es posible también que
en el momento menos pensado Peña Nieto y sus pajes asciendan hasta la cúspide de
la pirámide social –no se engañen: la Presidencia sólo es eso para las
mentalidades forjadas en la tele y las revistas del corazón– sólo para
descubrir, de golpe, que bajo sus pies no hay sociedad ninguna.
Twitter: @Navegaciones
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