Gustavo Esteva
Cometidas ya las elecciones de la ignominia, México amaneció partido
en tres.
Están los celebrantes. No son solamente quienes concibieron e implementaron
el fraude o los capos grandes y pequeños de las mafias en que se convirtió el
PRI y quienes sueñan con regresar al presupuesto. Celebran también hombres y
mujeres ordinarios que añoran el viejo PRI, ese que murió y ya no resucitará.
Recuerdan al PRI que les dio la tierra y nacionalizó el petróleo, el de
Conasupo, el que siempre daba, aunque fuesen migajas. Están celebrando. Y son
algunos millones.
En el segundo grupo, abigarrado y heterogéneo, están cuantos apostaron al
camino institucional para lograr un cambio. Lo hicieron todo y no bastó.
Apostaron a su movilización incansable y a su disciplina organizativa. No bastó.
Creyeron en las instituciones y las leyes. Les fallaron. Muy pocos trasladan sus
sueños a 2018, resignados a la derrota. La mayoría trata de convertir su
abatimiento y frustración en acciones coherentes, que apenas empiezan a
dibujarse. Hasta quienes aún alientan la esperanza de que se anule la elección
no esperarán ese resultado con los brazos cruzados. Los que festejan los
triunfos parciales especulan con la oposición desde adentro del sistema. Otros,
que no creen mucho en esa vía, porque hay chuchos por todas partes,
imaginan más bien un nuevo partido o algún frente que aglutine a cuantos andan
sueltos. Un número creciente está convirtiendo la depresión del domingo en
reflexión serena para actuar.
El tercer grupo está formado por quienes no se la creían. Vieron avanzar el
fraude, cocinado desde antes del día primero. No sólo desconfiaban de las
degradadas clases políticas, los partidos y las instituciones. Habían
descubierto que el mal estaba en el sistema mismo, en el régimen político y
económico que sustenta todo eso; el régimen del que están hasta la madre.
Experimentaron las elecciones y su resultado como una confirmación flagrante de
sus convicciones.
Cunde entre ellos la idea de desconocer a Peña. Ignorar su existencia. No
dejarse gobernar o conducir por él. Resistir cuanto intente hacer, pero sin
hacerle caso, practicando la desobediencia civil y otras formas no violentas de
acción política. Invitan a todos a dejar de obedecer: cerrar la puerta a
encuesteros, apagar la tele, dejar de consumir porquerías, evitar
compras en cadenas comerciales; apenas se pueda, organizados, evitar pagos a
instituciones públicas y empresas privadas…
Dicen unos que despeñarse, deshacerse de Peña y del régimen que lo eligió,
conlleva muchos riesgos. Están decididos a correrlos. No les importa cuántos
sean. Algunos piensan que así fueran un puñado lo harían, porque eso les parece
digno y lleno de sentido aunque no todos lo hagan.
Este grupo crece todos los días, aunque no tiene forma coherente ni
estructura orgánica. Se le van juntando los del segundo grupo, que traen con
ellos su organización y despliegan reservas inesperadas de imaginación cuando
aplican toda su energía a la acción concreta. Algunos especulan que vendrá
también gente del primer grupo, los arrepentidos de haber vendido su voto o
quienes descubran que el PRI que añoraban está bien muerto y que del cadáver
insepulto brotan todo género de pestes.
Algunos quisieran tener un plan general, el trazo de la nueva sociedad. Pero
la mayoría sabe que el cambio profundo y su resultado serán creación de todas y
todos y resultado de múltiples factores imprevisibles. No necesitan un plan
acabado para ponerse en marcha.
Aumenta el número de quienes consideran que lo más importante es ver de nuevo
hacia abajo y ahí organizarse con quienes se pueda –amigos, vecinos, compañeros–
para preparar con ellos lo que sigue. Frente al estilo Atenco de gobernar, que
empezará pronto a derramar sus males sobre el país, se opondrá el estilo de
Atenco de resistir: les han hecho de todo, las peores represiones, empezando por
las de Peña… y ahí están, más fuertes que nunca. No será el único estilo de
resistencia, pero es un buen ejemplo.
No será fácil consolidar autonomía y enfrentar creativamente la deserción del
Estado de las funciones que le corresponden. Habrá que remover muchos obstáculos
del camino. Y luchar. Luchar continuamente contra los atropellos continuos del
régimen dominante, creando en el camino, a medida que se pueda, los mecanismos
organizativos que sean expresión del nuevo orden social que se irá creando.
Lejos de ser día de depresión y rabia, el día primero de julio se está
convirtiendo ya en el punto de partida de un gozoso empeño radical de
transformación.
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