Por: Jorge Zepeda Patterson
Desde hace tiempo he venido pensando que la obsesión de Calderón por la
inseguridad y la obstinación en su estrategia militar le habían llevado a
descuidar al resto de su administración e incluso a perder sus instintos
políticos. Ahora se ha refugiado en una visión benéfica de su gobierno y de
complacencia consigo mismo que le impiden ver la realidad. La entrevista
publicada por el diario El País el domingo pasado lo confirma de
manera sumaria.
En ella rechazó que tenga una alianza con Peña Nieto, pero aseguró que no
descarta un nuevo cargo político porque “la labor que comenzamos en esta
administración tiene que seguir”. A menos que esté hablando de la presidencia
del PAN, cualquier otro cargo político tendría que tener la venia de Peña
Nieto, sea directamente en la administración pública federal o por nombramiento
del Congreso (en donde el PRI es la principal minoría). En plata pura esto
significa que Calderón cree haber realizado los méritos suficiente a favor de
Peña Nieto para merecer alguna designación destacada. Y no creo que se esté
refiriendo a una embajada en las Isla Fiji.
Y es que en efecto, la estrategia seguida por el PAN en estas elecciones fue
la más apropiada para el triunfo del priísta. La explicación de Calderón, en la
misma entrevista, es de antología: “perdimos los panistas que estamos en el
Gobierno al no refrendar el apoyo que podemos tener en nuestra actuación;
perdió la dirección panista porque el proceso fue errático, tortuoso, costoso
políticamente. Con un gobierno que tiene más del 60%, la estrategia de campaña
no fue de continuidad sino de cambio o diferencia”.
En su explicación, el Presidente se equivoca por partida doble. Primero, su
nivel de aprobación significa muy poco. Según datos del diario Reforma,
Ernesto Zedillo terminó con una aprobación de 69% y Vicente Fox terminó con
61%, pero el primero “perdió” la sucesión presidencial y el segundo “la ganó”.
Calderón anda en los 50 y tantos puntos y no había razón para que eso
permitiera ganar a la continuidad.
En realidad los mexicanos pueden desaprobar al gobierno, pero suelen
respetar a los presidentes. El complejo de Tlatoani está en el ADN popular.
Quizá por ello fue tan dañina para López Obrador la frase “cállate chachala”
esgrimida en la campaña del 2006 en contra de la figura presidencial, a pesar
de que estaba dirigida a Vicente Fox, el hombre que se había colocado orejas de
burro en una sesión de la Cámara de Diputados.
El hecho de que la mayoría de la población no descalifique al Presidente,
parte del mismo sentimiento arraigado que provoca respeto ante la entonación
del himno nacional en el estadio Azteca. Pero eso no significa que quieren
verlo gobernar a él o a su partido otros seis años.
A fines del quinto año de gobierno Carlos Salinas tenía 81% de aprobación,
Ernesto Zedillo 64% Vicente Fox 59% y Felipe Calderón 51%, según Consulta
Mitofsky.
En todas las encuestas de principio de este año el abanderado priísta iba
adelante por bastantes puntos, tanto medido por candidato como por partido. ¿De
veras cree Calderón que la estrategia exitosa de Josefina debió haber sido el
discurso del continuismo? ¿Lo cree o juega a la negación?
De manera inverosímil, Calderón se ha atrincherado en la noción acrítica y
acomodaticia de que hizo un buen gobierno, y que su estrategia contra el crimen
ha sido la correcta, pese a las estadísticas. “Hay más violencia de la que
había antes de que yo llegara a la presidencia, pero insisto que esto proviene
de la brutalidad entre los cárteles y no de la acción del gobierno”. Sólo él
sigue convencido que la guerra entre los cárteles nadie tiene que ver con la
estrategia de descabezamiento a palos de ciego que su gobierno ha seguido
contra los líderes del Narco.
Y el Presidente también se equivoca cuando señala que el proceso de
selección de candidatos de su partido fue errático, tortuoso y costoso
políticamente, como si él no fuese el primer responsable de ello. Intentó
imponer a Ernesto Cordero con todo el peso de la administración pública al
grado de que Josefina Vázquez Mota se quejó de guerra sucia, intervenciones
telefónicas, compra de votos desde la estructura de gobierno.
Las inconsistencias del Presidente han continuado después de la elección. La
noche misma del 1 de julio reconoció en medio de sonrisas y con el cuerpo
relajado el triunfo del PRI, pero una semana más tarde ya había señalado que
habían habido irregularidades y debían ser investigadas y sancionadas.
Difícil entender a Calderón, encerrado en sus obsesiones y negaciones. Creo
que hace rato lo perdimos. (al respecto, había avanzado esta tesis en el
siguiente artículo http://bit.ly/iIy2nh).
@jorgezepedap
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