Autor: Álvaro Cepeda Neri *
El centro quiere llamarse izquierda;
la derecha quiere llamarse centro […]
Ambos son la democracia sin el pueblo
Maurice Duverger, La democracia sin el pueblo
El Senado ha actuado a la manera del Senado de la república romana.
Y en esta comparación, los diputados federales han actuado como
manifestación de la partidocracia: jalando para con sus
respectivos candidatos, en lugar de posponer lo que divide para
cooperar, legislativamente, con los intereses que benefician a la nación
si es que a ésta representan y no a sus facciones. Los congresos de los
estados y la Asamblea Legislativa del Distrito Federal hacen más de lo
mismo: sirven al desgobernador en turno y al jefe de gobierno defeño, marginando a la sociedad que pide beneficios colectivos.
Y así se desdibuja la democracia y se pervierten los fines del
republicanismo. Con lo cual, “la democracia sin el pueblo de todas
maneras tiene una ventaja: el pueblo no se siente responsable de ella”,
como concluye en su memorable ensayo Duverger. Y para distraer a las
capas sociales menos comprometidas políticamente, esos gobernantes les
ofrecen toda clase de distracciones, y el clero político organiza
fiestas religiosas con el pretexto de celebrar lo más frívolo de los
acontecimientos; y privatizando las fechas históricas, relegan aquellos
sucesos nacionales y universales que merecen recordarse y celebrarse.
Calderón ha ido a postrarse ante la corte papal, asiste a misa para
confesarse, comulgar y rezar por el milagro de que la inseguridad que
ha cobrado más de 60 mil vidas se transforme en una paz social que supla
a la Civitas Diaboli por la Civitas Dei. En las entidades
recibieron la figura de cera y hábitos de un papa en preparación de la
visita de Joseph Ratzinger, exmilitante de las juventudes nazis y quien
ha insistido en amenazar a la humanidad de que “el infierno es una
posibilidad real” (La Jornada, 9 de febrero de 2008; y consultar el ensayo Contra Ratzinger,
editorial Grijalbo, traducido del italiano por María Pons Irazazábal),
para apuntalar a su candidata presidencial, una vez que ya crucificaron el Artículo 24 constitucional embistiendo al Estado laico.
Así le arrimaron votos a la derecha depredadora en el cargo presidencial. Con las varias “pistas” de la anestesia circense,
Ebrard quiso ganarse el populismo antidemocrático, degradante y
envilecedor, mientras los graves y grandes problemas de la ciudad en
manos del mal gobierno antirrepublicano no tuvieron respuesta. En tanto
que él y su grupo nadan de a muertito en las cloacas de la
corrupción administrativa, los contratos empresariales y los negocios al
amparo del abuso del poder. Ebrard y Calderón tuvieron un factor común
en Peña Nieto, otro devastador politiquillo en el Estado de México.
Calderón ha resultado peor que Fox, y Miguel Ángel Granados Chapa
lo analizó en su penúltima columna “Marcelo Peña y Enrique Ebrard”. Muy
bien la pudo titular Calderón-Fox. El espectáculo calderonista son sus
actos de cirquero con sus malabarismos económicos, maldades políticas
(¿ya tenemos de facto el golpe militar, cuando todo el país es
patrullado por soldados, marinos y la policía federal?) y su desprecio
al pueblo, marginando las demandas sociales de 50 millones de pobres, 12
millones en las calles en el comercio informal y 20 millones más en el
desempleo.
Los mexicanos somos más de 112 millones, con un 90 por ciento
sobreviviendo con máximo cuatro salarios mínimos, dentro de una
inflación manipulada por comerciantes mayoristas, banqueros y
financieros rapaces, intermediarios que compran barato y venden
carísimo. Y los servicios y bienes gubernamentales en constante alza y
abusivos impuestos, mientras la burocracia calderonista y el mismo
Calderón manotea las entradas multimillonarias en dólares de Petróleos
Mexicanos. Sin embargo, no hay pan, pero sí PAN (Partido Acción
Nacional) con sus espectáculos electoreros, sus funcionarios ladrones
(por ejemplo en Pronósticos Deportivos, donde Calderón solamente
despidió a su anterior director, Adolfo Blanco Tatto sin fincarle
responsabilidades por su millonaria fortuna personal; o la prima hermana
de su esposa, enriquecida y responsable, con otros compinches, del
incendio de la guardería sonorense, etcétera).
Y su más amigo que enemigo, resolviendo con arreglos en secreto a
través de Camacho, la ecuación nazi-fascista del “amigo-enemigo” de Carl
Schmitt, para ser cómplices de la política como espectáculo: circo
con pistas de hielo, desfiles religiosos del barbón con traje rojo y
los dizque reyes magos… Mientras Calderón se hinca en la iglesia
guadalupana, se confiesa (confundiendo pecados con abusos políticos) y
comulga en vísperas de ir a postrarse ante el ultraconservador y
derechista Ratzinger, de pasado nazi (al militar en las juventudes
hitlerianas), tapadera de millones de violaciones sexuales a manos de
curas que abusan de niños y jóvenes, desprecian a las mujeres y viven
satisfechos con su mal fingido celibato.
Será largo el final del calderonismo y ebradorismo, de
consecuencias negativas en lo social y sangrientas en la pavorosa
inseguridad. Calderón y los suyos, empezando por Lujambio con su Estela
de Luz, han sido una estela de corrupción que contribuyó al circo
para distraer a unos estratos de la sociedad que caen en las redes de
la política como espectáculo. Un circo que Ebrard y sus asesores han
presentando a lo largo del año (contratos millonarios para presentar
cantantes, conciertos y otros entretenimientos) y convertido en
reuniones proselitistas. Calderón, con su PAN, completa lo de que al
pueblo, en lugar de empleo, mejores salarios, atención médica, más
escuelas, control de la inflación y paz-tranquilidad pública, nada como
Televisa, futbol, toros, pistas de hielo, etcétera. Por cierto, no todo
el pueblo es arrastrado a esa irrealidad, por lo que las muestras de
inconformidad social mantienen encendida la lucha para rescatar a la
democracia sin el pueblo del circo y el PAN.
*Periodista
Fuente: Contralínea 292
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