Jaime Avilés
DESFILADERITO
Aunque parezca ya una cantaleta, antes, durante y después del primero de julio, el Instituto Federal Electoral nos dijo y reiteró que en México la vía electoral no existe. El mensaje fue captado por más de 16 millones de ciudadanos que en los pasados comicios tacharon su boleta a favor de un cambio de modelo económico y de políticas públicas. Pero el PRI, el PAN, Calderón, las televisoras y los dueños de todo no se dieron por enterados y siguieron adelante con el trámite de imponer a Enrique Peña Nieto.
Este fin de semana, alrededor de 300 organizaciones sociales se reunieron en un sitio que es todo un emblema del carácter autoritario y represivo de Peña Nieto: la comunidad campesina de indígenas nahuas de San Salvador Atenco, pueblo de hombres y mujeres tejedores de fajas de hilo de mezclilla para los cargadores de la Merced, y que siembran y cultivan la tierra a la usanza más antigua, preservando los valores culturales de Mesoamérica.
A esos hombres y mujeres, hace 10 años el gobierno de Vicente Fox trató de comprarles sus tierras a razón de siete pesos el metro cuadrado, para construir sobre ellas un aeropuerto, cuyas instalaciones ya habían sido rematadas en preventa a más de un millón de dólares por hectárea. En junio de 2002, cuando todo parecía listo para que se iniciara el desalojo violento de la comunidad, esos hombres y esas mujeres cerraron la carretera México-Texcoco, detuvieron a varios empleados municipales y llenaron de gasolina y mechas de trapo cientos de botellas de Coca-Cola para rechazar la agresión.
Fox ordenó que el ejército se apostara en los alrededores de la comunidad, pero Marta le aconsejó que antes de iniciar lo que no podría ser otra cosa que un baño de sangre, escuchara la opinión de una periodista. Esta historia la conté en mi libro Los manicomios del poder, pero no dije que esa periodista era nada más y nada menos que Carmen Lira, directora general de La Jornada.
Recibida por la pareja presidencial en Los Pinos, Carmen les dijo que cometerían un gravísimo error si el gobierno federal atacaba con su ejército a los indios. ¿Pero cómo resolvemos esto?, le preguntó Fox. Muy fácil, respondió Carmen: liberen a los dirigentes de Atenco que están presos en la cárcel de Molino de Rosas y anuncie usted, señor presidente, que el proyecto del aeropuerto se cancela porque es inviable y porque la Suprema Corte les concedió a los habitantes de la comunidad el amparo que pidieron en tiempo y forma.
Dicho y hecho. El conflicto se desactivó, triunfaron la razón, la justicia y la prudencia, pero entonces, del fondo de las tripas de los inversionistas que habían apostado millones de dólares al proyecto, surgió un energúmeno llamado Carlos Marín. Discípulo de Julio Scherer en Excélsior y más tarde en Proceso, periodista del montón con pretensiones de vaca sagrada, enano de espíritu y gigante de ambición, en aquellos momentos Marín era un funcionario equis del periódico Milenio, pero cuando Fox se echó para atrás en Atenco alzó la voz con furia, y sin tapujos acusó de cobarde al esposo de Martita y llamó al gobernador Arturo Montiel –que andaba de paseo fuera del país-- a reprimir con toda la fuerza de las armas a los campesinos... para salvar el negocio y los intereses de unos cuantos.
Luego de haber intentado suceder a Scherer en la dirección de Proceso y de vivir una época de mediocridad en Milenio, Marín descubrió que podía regresar a las ligas mayores del periodismo si actuaba como vocero encolerizado de la derecha más primitiva e indecente. Y así lo hizo, y lo sigue haciendo, hasta el día de hoy, cuando tras la burla que significaron para sus lectores las falsas encuestas a favor de Peña Nieto, ha vuelto a caer en la fosa séptica de la que nunca debió de haber salido.
En 2006, el nuevo gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, y su aliado invisible en aquel entonces, Vicente Fox, se vengaron de los campesinos de Atenco y les propinaron una golpiza inhumana en la que murieron un joven y un niño, decenas de detenidos fueron golpeados hasta convertirse en jitomates de sangre y muchas mujeres, desde niñas hasta ancianas, fueron violadas y humilladas sexualmente.
Gracias a ese acto de brutalidad, Peña Nieto se transformó en adalidad de la extrema derecha. Un sexenio más tarde, con más de cinco millones de votos comprados ilegalmente, Peña Nieto declama que ganó la elección del primero de julio mientras miles y miles de personas, después de reunirse en Atenco, regresan a sus lugares de origen en todo el país a preparar las grandes jornadas de resistencia que impedirán su llegada al poder, o harán todo lo posible por evitar tamaña desgracia.
La ingobernabilidad que derivará de tales actos de resistencia influirá, quiéranlo o no, en el ánimo de los magistrados del Tribunal Electoral. Pero si éstos, a pesar de todo insisten en imponer a Peña Nieto, las protestas serán cada vez mayores y el próximo “gobierno” durará, como decían el gran Sony Alarcón, “menos que un merengue a la puerta de una secundaria”. Desde luego, no es probable que tan trepidantes acontecimientos se verifiquen el día de hoy, pero por si acaso estaré en Twitter, en la cuenta @Desfiladero132, a sus órdenes.
Publicado originalmente en:http://fuentesfidedignas.com.mx/portal/index.php/desfiladerito/936-atenco-cuna-de-monstruos

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