Arnaldo Córdova
La derecha cupular, ésa
que agrupa a los sectores más poderosos y que se reparten y administran
en conjunto tanto el poder económico como el poder político, no parece
ir unificada en estas elecciones. Eso no quiere decir que sus candidatos
no vayan a ganar. Me atrevería a postular, ello no obstante, que ahora
su triunfo está en veremos. Y no me refiero a la derecha partidista, la
que casi no cuenta a la hora de la verdad. Se trata más bien de los
grandes electores, los dueños del dinero y los grupos mafiosos que se
han consolidado en la cumbre de la pirámide social y política.
La derecha cupular es otra cosa. La más leve señal de división ocasiona la salida de la cúpula y, por lo general, es así como se impone en la política y en los negocios. En 2006 la cúpula estuvo perfectamente unida, mucho más que en 2000. Y el motivo lo proporcionó López Obrador, cuyo repudio fue generalizado dentro de ella. No hubo fisuras. Ahora hay una diferenciación interna que hace mucho más plural el debate dentro de la misma y más difíciles las decisiones comunes. Muchos miembros de la cúpula del poder, de hecho, han renunciado a ella y se han sumado a la candidatura de izquierda.
La forma en que los miembros de la élite y sus grupos se ponen de acuerdo es siempre la conjura. Un método que admite muy poco la negociación interna y se basa más en la suma de acuerdos secretos entre los más poderosos. El madruguete entre ellos es extraordinariamente frecuente y en una unión de intereses tan poderosos y tan variados como los que esa élite representa no es motivo de alarma ni de desengaño para ninguno en lo particular. Ese tipo de madruguete lo dio Televisa desde 2005 cuando, abiertamente, contrató con Enrique Peña Nieto todo un plan de promoción personal.
En su momento, Jenaro Villamil, primero en su artículo del 23 de octubre de ese año publicado en Proceso y, luego, en sus libros Si yo fuera presidente y El sexenio de Televisa, ambos de Grijalbo (2009 y 2010, respectivamente), expuso detalladamente el proceso de formación de un futuro candidato a base de un enorme despliegue publicitario que hizo de Peña Nieto un invencible en la futura contienda electoral. Luego vino la publicación por The Guardian de documentos no oficiales, pero muy reveladores, de la maniobra de largo plazo que tenía por finalidad la fabricación del candidato mediático.
La derecha cupular no puede dejar de recurrir a la conjura como su modo operativo. Siempre lo ha hecho así, desde los tiempos del PRI. Para arreglar las sucesiones presidenciales y para comprometer a los empresarios, el gobierno priísta conjuraba con ellos y éstos sacaban su raja. Sólo que ahora los protagonistas se han reducido. Muchos empresarios no están de acuerdo con la opción de Televisa y no son sólo los que se han sumado a López Obrador. Televisa, luego de los destapes de The Guardian que hicieron un pequeño escándalo, se está quedando sola con su candidato prefabricado.
La derecha cupular no tiene amigos ni afecciones políticas, tiene intereses y éstos no saben otro modo de manifestarse ni de imponerse que la conjura. La conjura, en su significado más conspicuo, es la reunión de varios individuos para conspirar en contra de algo o de alguien, en secreto, por debajo de las leyes, al reparo de toda sindicación pública. Nunca se hace abierta, ni aún cuando se logra el objetivo deseado. Por ello es tan difícil hacerle frente. En los países anglosajones es un delito que se tipifica como conspiración.
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La alta derecha está conjurada, de eso no cabe duda. Pero no está
unificada y dentro mismo del grupo de los conjurados hay divergencias
notablesFoto María Meléndrez Parada
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En 2006, López Obrador denunció la conjura en su contra como
un complot y nadie, con la excepción de sus muchos seguidores, le quiso
hacer caso. Hoy no ha tenido necesidad de hacerlo. De ello se han
encargado los jóvenes, hartos de manipulaciones mediáticas, que se
niegan a aceptar un candidato creado por un monopolio televisivo. Su
bandera ha sido la de elecciones libres y democráticas y en contra del
poderío de las televisoras, en particular de Televisa.
La acción de Televisa, desde que emprendió sus arreglos privados con
Peña Nieto en 2005, es una conjura que tiene sus raíces, como se ha
hecho público, en la intención de impedir que López Obrador llegara al
poder en 2006 y, más ahora, cuando su candidato hechizo sigue
representando la ficción de una opción ganadora y le redituará ganancias
inconmensurables y un poder demoniaco. Fox ha declarado que odia a
López Obrador y que luchará con todo por impedir su ascenso. Televisa es
del mismo parecer y para ello ha hecho a su candidato.
Ese monopolio ha marchado solo, prácticamente, en su tarea, pero eso
no le quita que la suya sea una conjura y es muy probable que ésa sea
una de las causas de peso para que muchos antiguos miembros de la cúpula
se hayan alejado del centro del poder. Pero es evidente que no se trata
sólo de eso. El desengaño y la desilusión de los empresarios, por
ejemplo, con la desastrosa política económica y de seguridad pública que
ha llevado el gobierno panista, ha sido causa principal de las
deserciones que el gran poder ha experimentado en este proceso
electoral. Tienen, para decirlo en breve, la desagradable impresión de
que ese gobierno, en realidad, sólo favorece a unos cuantos y no tiene
idea de cómo gobernar para todos (ellos).
Respecto de las facciones políticas de la cúpula poco hay que decir.
Calderón y sus allegados no se manifiestan contra Peña Nieto y dejan que
su candidata se hunda. Para ellos el enemigo declarado es el candidato
de la izquierda al que atacan desde el poder público, violando la ley.
Las mafias políticas priístas, por su lado, están en la gran conjura por
necesidad, siendo Peña Nieto el candidato de sus colores. Están bien
identificados: Salinas y sus seguidores, los empresarios sindicales, los
gobernadores y ex gobernadores priístas, algunos de ellos sospechosos
de delitos de corrupción y ligas con el narcotráfico, y los grupos
políticos nacionales que operan en el Congreso y en el PRI.
La alta derecha está conjurada, de eso no cabe duda. Pero no está
unificada y dentro mismo del grupo de los conjurados hay divergencias
notables (las peleas de intereses son públicas: Slim contra las
televisoras, para dar sólo un ejemplo). López Obrador, cuando se
presentó ante los integrantes del Consejo Coordinador Empresarial, tuvo
la impresión de que el desacuerdo con sus propuestas era evidente, pero
lo recibieron bien y lo escucharon. En 2006, un altercado con Roberto
Hernández en una reunión tenida en Valle de Bravo unificó a toda la
cúpula empresarial en contra suya.
Hoy López Obrador ha tenido más oportunidades de expresar sus proyectos de gobierno y se le escucha. Eso es alentador.

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