Arturo Alcalde Justiniani
Finalmente llegó el día
en que la sociedad mexicana decidirá buena parte de su futuro. En pocas
horas sabremos por cuál camino transitaremos en los próximos años. Por
la noche confirmaremos si tuvimos la capacidad de favorecer un cambio de
rumbo que permita una vida mejor a los que menos tienen. Si lo
logramos, las plazas y los parques se llenarán de fiesta.
Con la elección de mañana culmina un proceso, que más allá de sus resultados, ha tenido la capacidad de acercar a sectores largamente distanciados, entre jóvenes y adultos, entre fracciones de la misma organización política, entre la academia, la ciencia y la población, entre la ciudadanía y la sociedad civil, entre la agenda del campo y la ciudad y entre vecinos que nos percibíamos como desconocidos; entre barrios y comunidades se ha generado un entusiasmo comunitario que ha cambiado el viejo rostro caracterizado por la abulia y el desencuentro. El dilema es si este proceso podrá empujar lo suficiente para reflejarse en votos, si podrá vencer la manipulación, los falsos temores, el fraude, los amagos corporativos, la ignorancia y la necesidad.
La esperanza está cifrada en que a pesar de las campañas mentirosas y manipuladoras, de las encuestas a modo, de las órdenes de los propietarios de los grandes medios de comunicación, incluyendo televisión, radio y cadenas periodísticas que bombardearon todas las regiones del país, el día de mañana, con la mente clara, la mayoría emita su voto libre y razonado. Reflexionar que siendo un país con tantos recursos no existe justificación alguna para que pocos tengan tanto y muchos nada, que esa desigualdad es producto de una indebida organización de la sociedad y distribución del poder, por lo que es necesario la renovación de las instituciones y una nueva forma de relacionarnos entre sociedad y gobierno. Por ejemplo, la necesidad de otro sistema de justicia, honesto, rápido y cercano a la gente, especialmente en los temas que agobian a la mayoría alejada de esta protección.
El voto puede favorecer la posibilidad de tener otro salario distinto al de 60 o 100 pesos diarios que los gobiernos han impuesto bajo la concepción de que es la mejor manera de atraer la inversión. Es transitar hacia una estructura política en la que los ciudadanos cuenten; un tipo de sociedad que no pierda la capacidad de indignación frente a la pobreza extrema, prueba palpable del fracaso de la política económica desde hace muchos años. Un insulto a todo aquel que se considere gente de bien.
Es claro que un cambio profundo como el que requiere nuestro
país no depende tan sólo de un liderazgo, de un partido o de un sector
de la sociedad, exige la necesidad de crear nuevos consensos con una
amplia participación social; sin embargo, este será posible si el poder
formal, tanto al nivel del Ejecutivo como del Legislativo, lo favorece.
Por ello es tan importante la elección de mañana.
Nuestro país está atrapado por un conjunto de intereses creados en el
orden político y financiero, por sindicatos charros y quienes los
mantienen para beneficiarse de su control, los concesionarios y
beneficiarios de los contratos del sector público, origen de buena parte
de los actuales millonarios. Remover estos intereses requiere de una
opción política que no sea beneficiaria o cómplice.
Quienes afirman que necesitamos reformas estructurales tienen razón,
pero no las que se vienen promoviendo para lesionar soberanía o
incrementar precariedad. Necesitamos urgentemente la reforma que
lúcidamente plantea el movimiento #YoSoy132 junto con múltiples
organizaciones sociales, consistente en democratizar los medios de
comunicación, que siendo propiedad pública deberían favorecer la
educación, la cultura y el desarrollo científico y tecnológico, y en
particular la capacidad de las comunidades vulnerables para superar su
incomunicación y postración. Es cierto, urge una reforma laboral, pero
no la que propone la Coparmex, facilitando el despido barato y
convirtiendo el trabajo en una mercancía sin protección, sino a favor de
nuevas reglas que concilien competitividad y productividad con salarios
dignos, negociación colectiva auténtica y protección social. Mañana los
trabajadores con su voto determinaran el futuro de esta reforma.
No es exagerado afirmar que de mañana depende en buena medida que
recuperemos seguridad personal, calidad de vida, incluso acceso a las
calles en donde todos somos iguales y que en algún tiempo fueran espacio
comunitario de tránsito y convivencia. Pero el principal reto de mañana
es vencer el abstencionismo.
En una encrucijada como la actual, en la
que se debate el futuro del país, es imperdonable quedarse en casa y no
hacer el esfuerzo por acudir a las urnas. Por lo que se refiere a los
abstencionistas, se equivocan si opinan que con su actitud algún sistema
se pondrá en crisis. Su abstención es la apuesta principal de aquellos
que han pervertido la política. Es importante recordar que el artículo
36 fracción III de nuestra Carta Magna establece como obligación de los
ciudadanos votar en las elecciones y el artículo 38 fracción I señala
que el incumplimiento de esta obligación trae como consecuencia la
suspensión hasta por un año de los derechos ciudadanos.
Mañana nuestro país demostrará de qué madera está hecho
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