La idea del cambio se
apoderó de la imaginación política nacional, aunque poco se haya hecho
para calificarlo y ofrecer a la ciudadanía un perfil creíble de la
transformación propuesta. Sólo desde la izquierda y su candidato
presidencial se ha hecho un esfuerzo por darle a la convocatoria un
sentido y una estructura concretos y susceptibles de ser evaluados por
cualquiera.
Rumbo a la cita del próximo domingo, conviene precisar que no son el carácter o las veleidades del abanderado del Movimiento Progresista los ponen en riesgo la institucionalidad democrática del país; ha sido y es el abuso que se ha hecho del Estado desde el Estado mismo lo que nos ha llevado al borde de un precipicio poblado de criminalidad y ambición perversa, donde se dan la mano poderes de hecho y proyectos contrahechos dirigidos a convertir la compra y venta de protección, y la subasta de los recursos nacionales, en el eje de una ruptura constitucional abierta.
Desde el vértice del poder económico y el mando estatal, se teje una trama aviesa en la que se busca involucrar a las capas medias de la sociedad, aterradas por la violencia y sofocadas en sus expectativas por la falta de empleo digno y la absurda concentración del privilegio a que se ha llegado en estos primeros años del ciclo democrático mexicano. Las cartas de un nuevo autoritarismo se echan sin pudor, aunque se vean marcadas por el exceso anticonstitucional en que han incurrido las fuerzas de la marina armada, dando pleno aviso de que el control nacional y legítimo de la fuerza y la violencia puede perderse sin más.
En el otro flanco de la seguridad interior del Estado se viven horas de angustia, de las que son emblemáticos los abusos contra los generales sometidos a ilegal encierro. Y los estallidos de bombas, granadas y petardos cierran por lo pronto un círculo incandescente, que sólo podrá romperse con organización popular y conciencia cívica.
No es la izquierda la que pone en la picota la
institucionalidad política que con tanto esfuerzo y costo ha podido
erigir la sociedad para encauzar y darle sentido constructivo a la lucha
por el poder del Estado. Tampoco pone en peligro la izquierda a la
economía abierta y de mercado que hoy (mal) organiza el intercambio, la
producción y la distribución de bienes e ingresos.
Su apuesta por un cambio verdadero es la de un empeño tranquilo y
gradual, aunque deba reconocerse que su triunfo impondría, y pronto, una
revisión de los ritmos del cambio para ir a un
gradualismo acelerado, como el que reclama una cuestión social que se agrava con los días. No está ahí el fogón maldito donde se cuece la corrosión precoz de nuestra democracia.
¿Dónde, pues, anida la serpiente? Hoy por hoy, el peligro se gesta en
los recovecos del poder concentrado, que es el verdadero y único
enemigo de la transparencia que reclaman los jóvenes y de una ampliación
democrática hacia la equidad laboral y la justicia distributiva, como
lo exige un país acosado cuyas potencialidades se han visto sometidas al
más bárbaro de los dictados de la necedad financiera y la miopía
económica. Y es de esto que nos ha hablado el discurso central de la
izquierda y su candidato, y es por ello que hay que votar por un futuro
conquistable, que sólo puede emprender el enorme contingente popular que
ha emergido al calor de la sucesión presidencial.
Como insistía sin reposo el general Lázaro Cárdenas: organizar al
pueblo y fortalecer las instituciones. No hay otra vía para salir al
paso de la desventura que se ha apoderado de México, hasta darle intensa
y renovada actualidad a la gran pregunta que se hacía Octavio Paz al
prologar el libro que su padre dedicara a Zapata:
¿Cómo podremos llegar, sin trastornos ni disturbios, de manera pacífica y gradual, a formas de vida más democráticas, pluralistas y civilizadas?
Sólo con y desde la izquierda progresista podrá el país darle al
porvenir un contorno habitable y a la sociedad la seguridad genuina que
no puede más que descansar en una democracia siempre abierta a la
intervención popular y sólida por la legitimidad siempre renovada de sus
instituciones fundamentales. Este es el compromiso a ratificar con el
voto del domingo por López Obrador y las candidaturas progresistas para
el Congreso y la Asamblea.
Que las supercherías de la derecha y el privilegio desembozado se queden en su casa.
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