Jorge Camil
Llegó el momento
de abandonar el espejismo de las encuestas para ubicarnos en el
escenario de un conflicto electoral. Tras varias semanas de ir en último
lugar, el PAN declaró este lunes, después del “cuchi cuchi”, que
Josefina había rebasado a López Obrador. Y así lo mostró la última
encuesta de Excelsior, que la puso dos puntos arriba de AMLO. Es
seguramente la última jugada de Josefina, porque parece inverosímil que
después de su desabrida campaña electoral haya regresado a una elección
de tres. De cualquier manera, tres candidatos buscarán la victoria el 1º
de julio.
Tras 71 años de gobierno, el
PRI ha pasado dos sexenios fuera de la presidencia. Los priístas saben
que con 18 años fuera se convertirían en una institución sin fuerza
política. Hoy, para muchos jóvenes de YoSoy132, el partido es una
anacrónica institución del siglo pasado. Por eso 2012 representa una
oportunidad histórica. El problema de López Obrador es diferente. Sabe
que en 2006 (“haiga sido como haiga sido”) fue víctima de un fraude
electoral orquestado desde la Presidencia por el “neo-priísta” Vicente
Fox. Y tras seis largos años de recorrer todos los municipios del país
siente que su victoria es inevitable.
Piensa que nadie sin contacto
directo con los pobres debería despojarlos del cambio que él representa.
Convencido de que se va a repetir el escenario de 2006 comenzó su
campaña esgrimiendo el espectro del fraude electoral. Quiere la
presidencia como mandato para refundar la República.
Aunque Josefina comenzara a
asimilar la derrota, el partido seguiría peleando la victoria. La
requiere por salud mental de Calderón: un panista autoritario e
intransigente, que llegó al poder envuelto en una nube de sospecha, y se
retira con una estela de 60 mil muertos. Por su forma de ser, jamás se
perdonaría reinstalar al PRI, ni dejar a su partido en último lugar de
la contienda.
La buena noticia es que vamos
a descansar del sonsonete de Josefina y de la guerra de las encuestas.
Pero la mala es que estamos frente a un conflicto electoral inevitable.
En una elección de tres hay material para alianzas, impugnaciones y
golpes bajos. Partidos y candidatos saben que son inevitables; que
estamos a punto de asomarnos al escenario de 2006. Así lo anunció esta
semana López Obrador, cuando declaró frente a una periodista extranjera
que “había regresado la guerra sucia de 2006”. Y así lo percibe Enrique
Peña Nieto. Por eso pidió a sus seguidores “una victoria contundente”. A
todos nos queda claro el significado de la amenaza de YoSoy132: “¡si
hay imposición, habrá revolución”! ¿Pero alguien en su sano juicio se
atrevería a desatar un conflicto estudiantil en medio de una guerra
civil y con la mitad del Ejército en las calles? Calderón tiene al
Ejército de su lado y declararía sin pensarlo el estado de excepción
para suspender las elecciones. ¿Por cuántos años?
AMLO asegura que en sus
encuestas ha rebasado a Peña Nieto. Pero no las muestra. Alguien de su
equipo debería aconsejarle que guardando in pectore cifras y encuestas
su campaña pierde transparencia y desanima a muchos electores.
Estos comicios, que podrían
volverse todavía más violentos, han dejado mucho material para posibles
impugnaciones. Parece que los candidatos se vigilaban celosamente, y
estaban mejor preparados para impugnar la elección que para ganarla. Por
eso muchos recomiendan ahora pactos de civilidad, que carecen de valor
legal, pero tienen por lo menos fuerza moral frente a los electores.
Para impugnar la elección los
candidatos tienen muchos indicios y sospechas, pero pocas pruebas y
datos sólidos: los gastos de campaña, la guerra sucia, la denuncia en
Estados Unidos; el pase de charola y “Honestidad Valiente”; la
sorpresiva aparición de la bella chilena, Camila Vallejo (nadie sabe
quién la invitó ni cómo llegó, pero está interviniendo en el proceso
electoral en violación de la Constitución); los convenios de televisa
mencionados por The Guardian. ¿Si se anulara esta elección aguantaríamos
otra campaña?
No debemos descartar futuras
intervenciones ilegales de Calderón. Sabe que Josefina está perdida, y
como apunté la semana pasada en mi blog (“Un extraño debate”: http://bit.ly/M2X52S),
la candidata parece más destinada a convertirse en un simple dato
estadístico que a obtener la victoria. Ser “la primera mujer candidata
presidencial del PAN” no es poca cosa. Todos prometen acatar
incondicionalmente el resultado de los comicios, salvo López Obrador.
Con afilado colmillo político acepta firmar “porque vamos a ganar”.
Y
como eso sería una firma sujeta a condición su promesa no convence, y ha
ocasionado que el equipo de Josefina saque esqueletos del clóset y
filtre por debajo de la mesa los empolvados videos del 2006, que tanto
daño le hicieron a López Obrador.
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