Mensaje Político
Por Alejandro Lelo de Larrea
En las próximas semanas, el presidente
Felipe Calderón estará tomando la decisión más importante para el resto
de su vida y para cómo va a pasar a la historia.
Calderón acaso ya no podrá usar el
poder presidencial para hacer que gane la candidata de su partido, el
PAN, Josefina Vázquez Mota, quien de acuerdo con todas las encuestas
preferencias electorales se ubica en el tercer lugar ya con pocas
posibilidades de triunfo.
Sin embargo, Calderón sí puede de
última hora utilizar su posición como Jefe de Estado para orientar el
futuro del país y el suyo propio, en una disyuntiva de actuar como el
presidente Carlos Salinas de Gortari en 1994, que frenó el avance
democrático, o como el presidente Ernesto Zedillo Ponce de León en 2000,
que permitió la transición democrática, que no ha terminado de cuajar y
el 1 de julio estará en la frontera entre ir hacia su consumación o una
regresión.
Sí, en una contienda cerrada en que el
voto útil puede dar al triunfo a Andrés Manuel López Obrador, Calderón
tiene en sus manos la posibilidad de reconocer desde esa misma noche un
eventual triunfo del izquierdista y, como Zedillo en 2000, frenar
cualquier tipo de operación electoral que trate de ir en contra de la
voluntad popular de la mayoría.
Pero también Calderón puede actuar en
el otro sentido, no meter las manos para frenar las tentaciones de
manipular el resultado electoral, y con ello se dé marcha atrás en el
avance democrático al permitir el regreso del PRI con Enrique Peña
Nieto, sin que haya este partido pasado por un proceso de renovación
democrática en los 12 años que lleva fuera de Los Pinos.
Este sería el primer caso en el mundo
de un partido que gobernó de manera hegemónica como el PRI, perdió el
poder y regresa al gobierno sin una mínima transformación. Lo más
parecido, ha explicado el politólogo José Antonio Crespo, fue el caso de
Corea, donde el partido otrora hegemónico volvió al poder, pero antes
al menos le cambiaron el nombre y las siglas.
Si Calderón no mete las manos para
evitar el regreso del PRI, su paso a la historia podría ser semejante al
de Carlos Salinas, que tuvo la oportunidad de abrir la transición con
el PAN o incluso con Cuauhtémoc Cárdenas en 1994, pero lo impidió.
La historia es evidente, se la cobró
cara a Salinas, quien tuvo que exiliarse durante el sexenio de Zedillo,
metieron a su hermano Raúl a la cárcel y su imagen quedó manchada, quizá
para siempre, acaso al grado de que la que pueda ser visto el peor
presidente de la era priísta.
Esa es una de las posibilidades de
Calderón: permitir la restauración del viejo régimen, lo que quizá no le
conviene mucho a él mismo para su futuro cercano y menos en su cita con
la historia, en la cual podría pasar como el “ilegítimo”, el “espurio”,
que en su sexenio asesinaron a 60 mil mexicanos en una guerra contra el
narco y además permitió el regreso del PRI al poder, legitimado por la
vía de las urnas, desde la oposición.
Ya no más “espurio”
Sin embargo, Felipe Calderón también
puede tomar una decisión como la de Zedillo en 2000 y dar paso a una
nueva etapa en la vida democrática del país, si permite que Andrés
Manuel López Obrador, su adversario en la cuestionada elección
presidencial de 2006 sea su sucesor, con lo que al mismo tiempo se
quitaría de manera definitiva ese halo de “espurio” o “ilegitimo” que le
ha reprochado la izquierda e incluso hasta algunos sectores del PRI:
Calderón legitimaría su presidencia al momento de transferirle la Banda
Presidencial a López Obrador.
Además, para el propio Calderón y los
grupos de poder fáctico en México, López Obrador no tendría mayor margen
de maniobra desde Los Pinos, toda vez que en el mejor de los casos
obtendría más o menos el 33% de los legisladores federales, por lo que
el control del Congreso de la Unión, estaría en manos de una alianza
PRI-PAN-PVEM, incluso con la llave de reformas constitucionales.
López Obrador ya ha mandado señales e
incluso ofrecido garantías a Calderón, a quien por vez primera en más de
5 años llamó “presidente” el pasado miércoles 6 de junio, en su
participación en el programa Tercer Grado de Televisa, cuando dijo: “Yo
no voy a perseguir al presidente Calderón”.
Otra de las garantías que ha ofrecido
López Obrador es designar a Marcelo Ebrard como titular de la Secretaría
de Gobernación. Como es sabido, la relación entre Calderón y el jefe de
Gobierno del DF en los últimos años ha sido buena, al grado de que sus
respectivos operadores políticos hicieron posibles las alianzas de PAN y
PRD en elecciones estatales como Sinaloa, Hidalgo, Puebla, Oaxaca.
En los dos debates presidenciales
López Obrador mandó señales positivas a Calderón, a quien no llamó más
“espurio”, tampoco volvió a mencionar que le “robaron” la presidencia en
2006 y menos tocó el tema de los 60 mil muertos por la guerra contra el
narco en este sexenio.
Incluso, el pasado martes le
preguntaron a López Obrador sobre el tweet que hizo el presidente Felipe
Calderón el domingo descalificando sus cuentas, a lo que el tabasqueño
respondió: “Yo no voy a pelearme con el presidente Calderón”.
Así, Calderón tiene a la vista los dos
escenarios posibles y los dos ejemplos vivientes, el de Salinas y el de
Zedillo, para tomar la que sin duda será la decisión más importante
para su futuro político y su cita con la historia.
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