Juan José Morales
Escrutinio
Al igual que hace seis años, una vez concluido el proceso electoral, los grandes medios de comunicación han tendido un manto de silencio sobre las actividades de López Obrador. Sólo ocasionalmente se habla de ellas, y con mucho menor frecuencia —de hecho prácticamente nunca— se le da voz en la radio y la televisión.
En cambio menudean las críticas y los comentarios tildándolo de incitar a la violencia, de negarse a aceptar la ley y de mantener una actitud intransigente y riesgosa para la estabilidad política. Igualmente —y sobre todo— se insiste en que “ya pasó su tiempo”, que después de dos fracasos debe entender que ya no tiene la menor posibilidad de alcanzar la presidencia aunque insista mil veces en ello, que es ya una figura del pasado, un cartucho quemado y muchas cosas por el estilo.
AMLO, sin embargo, no ceja en su propósito de mantener viva la llama de la esperanza. Y no por terquedad irracional, sino porque sabe que una lucha como la suya no es fácil ganarla en un día ni en un año o dos, sino que exige constancia, tenacidad y dedicación por mucho tiempo, como lo demuestran los casos de otros notables dirigentes políticos, tanto en Latinoamérica como en otros países.
Al otro lado del mundo, tenemos como ejemplo emblemático el de Mahatma Gandhi, el padre de la independencia de la India. Inició su lucha en 1918, y aunque pronto logró integrar un poderoso movimiento que puso en jaque al gobierno de la Gran Bretaña —de la que entonces era colonia la India—, fue sólo hasta 1945 cuando se logró finalmente la independencia. Fue más de un cuarto de siglo de lucha incansable, obstinada, en la cual Gandhi y sus seguidores sufrieron no pocos fracasos, amén de una violenta represión marcada por palizas, muertes y encarcelamientos. No se dieron sin embargo por vencidos pese a las voces que tachaban de inútil e ilusorio su empeño.
Aquí, en nuestra América, tenemos los casos de Salvador Allende en Chile y de Luiz Ignacio Da Silva, mejor conocido como Lula, en Brasil. El primero fue cuatro veces candidato a la presidencia de su país. La primera en 1952, la segunda en 1958, cuando logró una copiosa votación que lo puso en segundo lugar, luego en 1964, con un resultado semejante —el 38% de los sufragios—, y la última y decisiva en 1970, cuando presentó su candidatura pese a que no faltaron quienes lo ridiculizaban y menospreciaban calificándolo de iluso y de perdedor sistemático.
Cuatro veces se presentó igualmente Lula como candidato a la presidencia de Brasil. La primera en 1989, cuando su candidatura fue objeto de una intensa campaña de difamación y sabotaje por parte de las cadenas televisoras y las grandes empresas, semejante a las que en México ha sufrido López Obrador. Entre otras cosas, se le acusó —igual que a AMLO— de ser un peligro para el país y de que se proponía tomar medidas radicales que hundirían al país en la crisis.
La historia se repitió en las sucesivas elecciones —1994, 1998 y 2002— en las cuales compitió. Le llovieron ataques de todo tipo, principalmente en el sentido de que era absurdo y ridículo que un pobre obrero metalúrgico sin educación universitaria pudiera aspirar a ser presidente del mayor país de América Latina. Pero mantuvo su lucha, hasta alcanzar el triunfo con la mayor votación jamás registrada en una elección brasileña: 52.4 millones de sufragios, que representaron el 61% del total. Y de los extraordinarios éxitos que Lula logró en materia económica, social y política durante sus dos sucesivos períodos de gobierno —fue reelecto también arrolladoramente en 2006— no es necesario hablar mucho.
López Obrador —que sí lee, que conoce la historia y por lo tanto puede comprender mejor el presente y prever el futuro— sabe todo lo anterior, y sabe igualmente que la presidencia no le va a caer del cielo como fruta madura sino que será el resultado de una lucha quizá tan larga, difícil y perseverante como las de Gandhi, Allende y Lula.
Escrutinio
Al igual que hace seis años, una vez concluido el proceso electoral, los grandes medios de comunicación han tendido un manto de silencio sobre las actividades de López Obrador. Sólo ocasionalmente se habla de ellas, y con mucho menor frecuencia —de hecho prácticamente nunca— se le da voz en la radio y la televisión.
En cambio menudean las críticas y los comentarios tildándolo de incitar a la violencia, de negarse a aceptar la ley y de mantener una actitud intransigente y riesgosa para la estabilidad política. Igualmente —y sobre todo— se insiste en que “ya pasó su tiempo”, que después de dos fracasos debe entender que ya no tiene la menor posibilidad de alcanzar la presidencia aunque insista mil veces en ello, que es ya una figura del pasado, un cartucho quemado y muchas cosas por el estilo.
AMLO, sin embargo, no ceja en su propósito de mantener viva la llama de la esperanza. Y no por terquedad irracional, sino porque sabe que una lucha como la suya no es fácil ganarla en un día ni en un año o dos, sino que exige constancia, tenacidad y dedicación por mucho tiempo, como lo demuestran los casos de otros notables dirigentes políticos, tanto en Latinoamérica como en otros países.
Al otro lado del mundo, tenemos como ejemplo emblemático el de Mahatma Gandhi, el padre de la independencia de la India. Inició su lucha en 1918, y aunque pronto logró integrar un poderoso movimiento que puso en jaque al gobierno de la Gran Bretaña —de la que entonces era colonia la India—, fue sólo hasta 1945 cuando se logró finalmente la independencia. Fue más de un cuarto de siglo de lucha incansable, obstinada, en la cual Gandhi y sus seguidores sufrieron no pocos fracasos, amén de una violenta represión marcada por palizas, muertes y encarcelamientos. No se dieron sin embargo por vencidos pese a las voces que tachaban de inútil e ilusorio su empeño.
Aquí, en nuestra América, tenemos los casos de Salvador Allende en Chile y de Luiz Ignacio Da Silva, mejor conocido como Lula, en Brasil. El primero fue cuatro veces candidato a la presidencia de su país. La primera en 1952, la segunda en 1958, cuando logró una copiosa votación que lo puso en segundo lugar, luego en 1964, con un resultado semejante —el 38% de los sufragios—, y la última y decisiva en 1970, cuando presentó su candidatura pese a que no faltaron quienes lo ridiculizaban y menospreciaban calificándolo de iluso y de perdedor sistemático.
Cuatro veces se presentó igualmente Lula como candidato a la presidencia de Brasil. La primera en 1989, cuando su candidatura fue objeto de una intensa campaña de difamación y sabotaje por parte de las cadenas televisoras y las grandes empresas, semejante a las que en México ha sufrido López Obrador. Entre otras cosas, se le acusó —igual que a AMLO— de ser un peligro para el país y de que se proponía tomar medidas radicales que hundirían al país en la crisis.
La historia se repitió en las sucesivas elecciones —1994, 1998 y 2002— en las cuales compitió. Le llovieron ataques de todo tipo, principalmente en el sentido de que era absurdo y ridículo que un pobre obrero metalúrgico sin educación universitaria pudiera aspirar a ser presidente del mayor país de América Latina. Pero mantuvo su lucha, hasta alcanzar el triunfo con la mayor votación jamás registrada en una elección brasileña: 52.4 millones de sufragios, que representaron el 61% del total. Y de los extraordinarios éxitos que Lula logró en materia económica, social y política durante sus dos sucesivos períodos de gobierno —fue reelecto también arrolladoramente en 2006— no es necesario hablar mucho.
López Obrador —que sí lee, que conoce la historia y por lo tanto puede comprender mejor el presente y prever el futuro— sabe todo lo anterior, y sabe igualmente que la presidencia no le va a caer del cielo como fruta madura sino que será el resultado de una lucha quizá tan larga, difícil y perseverante como las de Gandhi, Allende y Lula.

No hay comentarios:
Publicar un comentario