El Tepache

miércoles, 24 de octubre de 2012

Desnutrición, anemia y obesidad se disparan en México por desigualdad económica: Conapred-CIDE


En un extremo los mexicanos perciben ingresos promedio de 6 mil 163 pesos mensuales, mientras que en el otro extremo obtienen un ingreso promedio de 118 mil 428 pesos, esto es, 339 veces el ingreso promedio nacional




Ciudad de México.- Las recientes políticas públicas que han permitido una mayor concentración del ingreso han fracasado frente al aumento de la pobreza y la desigualdad económica en México, lo que ha impactado negativamente la alimentación de los mexicanos, detonando anemia, desnutrición y obesidad.


De acuerdo con el “Reporte Sobre la Discriminación en México 2012. Salud y Alimentación”, un estudio coordinado por Ricardo Raphael de la Madrid, bajo los auspicios del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), el nivel de ingreso de las personas es percibido como un factor de desigualdad, división y discriminación entre la población, por dos razones: la primera, que la brecha entre ricos y pobres es inusualmente profunda, y la segunda que las personas más pobres realmente no tienen acceso a los medios básicos de subsistencia.

Al citar información de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (Inegi, 2010) sobre el ingreso corriente trimestral total de los hogares en 2010, da cuenta que, medido en deciles, en un extremo las y los mexicanos perciben ingresos promedio de 6 mil 163 pesos (cifra que representa 17.6% del promedio nacional), mientras que en el otro extremo obtienen un ingreso promedio de 118 428 pesos, esto es, 339 veces el ingreso promedio nacional.

En sus conclusiones informa que de una población total de 112 millones 336 mil 538 personas, más de 14 millones se encontraban en circunstancia de pobreza alimentaria en 2010. De esa población, casi cinco millones vive en zonas urbanas y 9 millones 800 mil en el campo.

“Si se asume que la población rural mexicana representa sólo 22% del total de la población (casi 25 millones de personas), la cifra de pobreza alimentaria fuera de las ciudades resulta alarmante”, expone.


Alimentos

Este análisis de la pobreza alimentaria no se limita a una valoración sobre cuánto se gasta o no en alimentos pues, explica, también deben valorarse los grupos de alimentos que se consumen con tales recursos.

En la medida en que la población se encuentra polarizada en términos de sus niveles de ingreso, el tipo de mercado al que accede y su práctica de consumo también son diferenciados, añade.

Esto, destaca, lleva a la identificación de distintas canastas de consumo, como las utilizadas para la definición de las líneas de bienestar, que distinguen el tipo de bien, la cantidad y la calidad del consumo que realizan las familias. Lo mismo sucede si se analizan las diferentes canastas de consumo con las que el Inegi (y antes el Banco de México) realiza el seguimiento de precios.

“No es lo mismo la canasta de bienes a la que acceden las familias que ganan hasta dos salarios mínimos en comparación con aquellas a las que acceden las familias que perciben ingresos equivalentes al rango que va de más de dos salarios mínimos hasta cuatro o seis, y la de éstas con las que ganan ocho, 10 o más veces el salario mínimo”.


Desnutrición, anemia y obesidad

La desnutrición tiene causas complejas que involucran determinantes biológicas, socioeconómicas y culturales, afirma el reporte. Ésta comienza desde el periodo de gestación y durante los primeros años de vida y tiene efectos directos en el crecimiento, el desempeño intelectual y el desarrollo de capacidades.

En materia nutricional, los primeros mil días de vida, contados a partir del momento de la fecundación, son fundamentales para definir las oportunidades y capacidades de desarrollo motriz e intelectual del ser humano. Es también factor determinante para prevenir futuras enfermedades crónicas.

“En 1988, la prevalencia de desnutrición crónica fue 2.2 veces superior en la población indígena que en la no indígena. En 1999 la brecha aumentó a 2.7 veces y en 2006 disminuyó ligeramente a 2.6. Las crisis económicas de 1994 y 2009, así como la crisis alimentaria de 2008, han tenido como consecuencia el incremento de la pobreza; con esto se ha demostrado que las reducciones de pobreza que se habían logrado en años anteriores eran frágiles y que se ha prolongado el riesgo de desnutrición en los grupos más vulnerables”, destaca.

Sin embargo, la desnutrición y la anemia no son los únicos problemas alimentarios de México.

“La epidemia de obesidad representa el otro lado de la moneda de la mala nutrición. La pérdida de salud como consecuencia de la obesidad –y su peor consecuencia, la muerte en etapa temprana de la vida–, puede llevar a gastos dramáticos para la población no asegurada y a pérdidas económicas incalculables, que terminan empobreciendo a las familias de quienes padecen esta condición”, afirma el “Reporte Sobre la Discriminación en México 2012. Salud y Alimentación”.

El problema de obesidad presenta incrementos en niñas y niños de 7 años. De este grupo, las niñas son las más afectadas; entre las adolescentes de 18 años el pro blema se triplicó entre 1988 y 2006, y también se duplicó en las mujeres de 18 a 49 años, añade.

El análisis de los incrementos de sobrepeso y obesidad entre estos periodos indica también un mayor aumento entre la población más marginada socialmente.

A partir de los resultados encontrados en este rubro, el reporte concluye que el ingreso es un elemento que incide para que una parte importante de la población no pueda ejercer el derecho a la alimentación. Ciertamente, y a pesar de los programas de transferencias económicas implementados por el Gobierno, aún existen familias en México que tienen un acceso reducido a alimentos, en razón de su falta de ingreso.

“El ingreso es determinante no sólo para la cantidad de alimentos, sino también para el tipo a los que se tiene acceso. Mientras la población con menores recursos eroga 40% de su gasto en alimentos altos en calorías, carbohidratos y grasas, para la población de mayores recursos este gasto sólo representa 25 por ciento”.

En otro nivel del análisis, respecto de las prevalencias de desnutrición, anemia y exceso de peso se identifica una distinción entre hogares rurales y urbanos; y luego, dentro de los rurales, la brecha se amplía aún más entre los indígenas y no indígenas. Al mismo tiempo, la prevalencia de anemia afecta principalmente a niñas y niños, a mujeres en edad fértil, a personas adultas mayores y a personas que habitan en comunidades rurales.

De acuerdo con cifras de 2010, 18.2% de la población permanece en pobreza alimentaria y 2.1% está por debajo del nivel mínimo de proteínas (Coneval, 2010, pp. 13-14). Estos resultados apuntan a que las comunidades rurales, y en particular las indígenas, siguen presentando los mayores rezagos, pues otros factores se suman a su nivel de ingreso, como el de la disponibilidad física de los alimentos, expone el estudio.

SIN EMBARGO/Fuentes Fidedignas


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