Epigmenio Ibarra
Sin haberse ido jamás, fue socio, compinche y facilitador de
estos 12 años trágicos de panismo, el PRI está de regreso. Llegó al poder a la
mala y tratará de quedarse en él, otra vez, por décadas y de la misma manera.
Si queremos el pasado autoritario como destino, a quienes nos decimos de
izquierda nos basta con seguir actuando como lo hemos hecho hasta ahora.
Si, por el contrario, persistimos en la lucha en defensa de
la democracia. Si pretendemos que la paz y la justicia se instalen entre
nosotros. Si queremos dejar atrás un modelo económico que ha ensanchado la
brecha entre los muy pocos que lo tienen todo y los millones que no tienen
nada, tenemos ante nosotros la obligación de reinventarnos.
No hablo solo de los partidos, de los movimientos, de las
organizaciones políticas que tienen obligatoriamente que someterse a un proceso
de revisión autocrítica despiadado y en muchos casos, a riesgo de desaparecer o
ser asimilados por el sistema, de refundación.
Toca a la izquierda electoral deshacerse de usos y
costumbres de la vieja clase política que, alegre e impúdicamente, adoptó como
propios, al grado de confundirse con ella. Toca a dirigentes y militantes
desprenderse de las viejas taras, de esos vicios tradicionales de la izquierda,
que los han convertido en profesionales de la derrota.
Pero más allá de las tareas de esa izquierda, que parece
haber perdido en muchos casos el impulso ético que la caracterizaba y por el
que tantas y tantos dieron incluso sus vidas, hablo también de las tareas que
nos tocan a las ciudadanas y los ciudadanos sin partido ni movimiento.
Hablo de los que no nos resignamos, ni rendimos, de los que
sentimos como un agravio vivo e imperdonable lo que en nuestro país ocurre a
diario. De los que durante seis años sostuvimos: Felipe Calderón Hinojosa no es
mi presidente y que hoy decimos Enrique Peña Nieto no lo será tampoco.
No lo fue el primero porque hizo trampa. Porque Fox y los
poderes fácticos metieron ilegalmente las manos en el proceso electoral. Porque
Elba Esther le hizo el trabajo sucio. Y nuestra terca memoria nos hace tenerlo
siempre presente. No lo será el segundo porque tampoco ganó limpiamente y la tv
y las encuestas y la compra de votos pervirtieron el proceso.
Hablo de la necesaria y urgente reinvención de uno mismo,
del papel que cada uno de nosotros hemos de jugar, en nuestro ámbito más
cercano, frente a la imposición. De nuestra relación con el poder y de nuestra
relación con la izquierda electoral. Hablo de las tareas cotidianas de una
resistencia personal que es nuestro derecho y también nuestro deber. De la
necesaria y urgente suma de rebeldías.
Y hablo también de lo que debemos exigir y de cómo debemos
exigirlo a esos que cada tres o seis años han venido por nuestro voto y hoy
ocupan, gracias a nuestros sufragios, puestos y curules y constituyen, también
gracias a nosotros, la segunda fuerza política del país.
Somos nosotros los que hemos llenado avenidas y plazas. Los
que hemos levantado pancartas y banderas, los que hemos hecho, sin credencial,
ni cargo partidario, el trabajo de zapa. Somos nosotros a los que nos toca
exigir que no nos dejen solos en las tareas de resistencia; que no se acomoden,
que no pacten, que no se olviden del compromiso con quienes los llevamos donde
hoy están.
La política no es solo cosa de ellos. La política es asunto
nuestro. Nos competen sus decisiones, su estrategia, su táctica. Tienen la
obligación de mantener con nosotros un diálogo constante, de preguntarnos
nuestro parecer y nosotros la obligación de exigirles que cumplan la tarea para
la que fueron votados.
Durante 12 años el gobierno panista y los medios, especialmente
la tv, se han dedicado a destruir, a envilecer todo aquello que se relaciona
con lo político. Ciertos es que legisladores y funcionarios de los tres órdenes
de gobierno les han facilitado el trabajo. Pero seguirles el juego es
facilitarles la tarea de dominación.
El régimen autoritario necesita ciudadanos que se
autoexcluyan del quehacer político. Que callen y obedezcan a quienes sí “saben
de eso” o a los que están dispuestos a “ensuciarse las manos”. Seres
domesticados por la tv, narcotizados por sus contenidos y atentos a los dogmas
que predican sus comentaristas y opinadores. Dispuestos a trasladar al hogar,
al trabajo, al barrio esa furia inquisitorial, que la caja predica, contra
quienes no aceptamos el actual estado de cosas.
Tan jodidos estamos en este país que ser demócrata, alzarse
contra la corrupción y la impunidad, exigir paz con dignidad, luchar en defensa
de los bienes de la nación es ser revolucionario. Nada más radical hoy, en
nuestra patria herida y humillada por los mismos de siempre, que exigir lo
mínimo indispensable.
Viene lo más difícil. También lo mejor. Tratará el PRI de
neutralizar a toda costa la resistencia y de perpetuarse en el poder. A quienes
ocupan cargos partidarios, curules o puestos gubernamentales tratará de
seducirlos, corromperlos o desprestigiarlos. A los ciudadanos en rebeldía nos
someterá al ostracismo, a la descalificación continua, a los más valientes a la
represión. Nos toca a nosotros inventar maneras de hacerlo fracasar en el
intento.
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