Creció el poder de las élites y la conciencia de la sociedad
pero se mantuvieron casi intactos los tapones que frenan la participación
social.
En los últimos 20 años México dejó de ser un país
presidencialista y centralista; grandes porciones de poder se lo apropiaron las
élites (tradicionales o nuevas) entre las que se encuentran los cárteles, los
gobernadores, los líderes sindicales, los multimillonarios y los partidos
políticos.
Los valores políticos también se transformaron. Aunque los
porcentajes varían por encuestadora, hay un alto respaldo a la democracia como
forma de gobierno y una gran insatisfacción por la manera en que funciona.
También se amplió la certidumbre de que se tienen derechos y se valora la
participación social (según la última Encuesta Mundial de Valores la sociedad
da casi el mismo nivel de confianza al movimiento feminista que a las Fuerzas
Armadas). Sin embargo, la participación en asuntos públicos, partidos políticos
y organismos civiles se ha desplomado o estancado (ronda 20% de la población
adulta). Ese taponeo provoca frustración, desencanto y pasividad y obstaculiza
la solución de muchos problemas.
Las cifras muestran un patrón: a mayor capital social
positivo menores niveles de violencia y mejores gobiernos locales. Cuando una
persona canaliza sus deseos en acción colectiva que se institucionaliza se crea
capital social positivo (es el caso, por ejemplo, de los medios independientes
o de los organismos civiles y empresariales). El tejido social negativo serían
las redes corruptoras o delincuenciales.
En México el acceso a la información y la libertad de
expresión, entre otros factores, han permitido un fortalecimiento relativo del
capital social. Sin embargo, su crecimiento ha sido desigual o se ha frenado
por la ceguera cortoplacista de las élites que, salvo algunas excepciones, han
saboteado las instituciones que deberían ser conducto entre sociedad y
gobiernos. Por lo general, los partidos se alían con las élites; los organismos
públicos que tutelan derechos, o los consejos ciudadanos tan comunes hoy en día
son copados y cooptados por quienes gobiernan transformándose, por tanto, en
vistosos pero irrelevantes floreros.
La relación entre sociedad y élites es diferente en cada
estado y región. Es un rompecabezas en constante movimiento que apenas
empezamos a apreciar en toda su complejidad. El Distrito Federal, por ejemplo,
ha disfrutado y padecido las consecuencias del centralismo; es el espacio
geográfico con mayor concentración de capital social. En este lugar florecen
medios independientes, universidades, centros de investigación, organismos
civiles, movimientos sociales, cámaras empresariales y organizaciones vecinales
que gradualmente se profesionalizan y especializan en el arte de enfrentarse a
los jinetes del urbanismo salvaje y sus aliados en el gobierno. Puede afirmarse
que en el Distrito Federal hay relativamente menos obstáculos a la
participación que en otras ciudades.
Los organismos en la ciudad tienen como particularidad que
incorporan en sus objetivos la agenda nacional (en el interior del país no es
una práctica tan marcada). Recapitulemos. Los médicos se movilizaron en la
capital contra el autoritarismo sindical en 1965; aunque los estudiantes
protestaron en 1968 por agravios locales su pliego petitorio iba en general
contra la violencia estatal; las grandes marchas de 2008 y 2011 contra la
violencia se hicieron teniendo en mente lo que pasaba en el país; y el
Movimiento YoSoy132 en su primera etapa se centró en la democratización en los
medios.
La izquierda ha triunfado en la capital desde 1997 porque
había una base electoral y un tejido social que le ha permitido permanecer en
el cargo, mientras que en otras entidades (Zacatecas, Baja California Sur y
Michoacán) ha carecido de la consistencia para permanecer, trascender y
distinguirse. A los gobiernos capitalinos hay que reconocerles algunas mejoras
en atención a grupos vulnerables, en el transporte colectivo y en la ampliación
de libertades. Sin embargo, se han olvidado de combatir el urbanismo salvaje,
una corrupción que toleran porque les beneficia. Un ejemplo inmediato fue el
escándalo del fin de semana: el desalojo en Tlalpan que sacó a la luz la
existencia de redes de "compañeras" y "compañeros" que
destrozan los bosques del sur. Entre otras omisiones estaría su incapacidad
para frenar el cerco de violencia que poco a poco rodea a la capital.
En la agenda de prioridades de la sociedad organizada debe
estar alentar a la ciudadanía, canalizar su conciencia, reflexión y energía en
organizaciones que nutran el capital social; el desazolve de los tapones estructurales
a la participación ciudadana; y, en el caso de las organismos establecidos en
la capital, el dedicar tiempo al DF, donde es posible una alianza virtuosa
entre vecinos, activistas, periodistas, académicos y políticos de diferente
signo que logre el predominio del capital social positivo sobre el negativo.
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