Redacción
Compraron la Presidencia para
después intentar el remate, al mejor postor,
de lo poco que nos queda. Demolieron ya la democracia y sus instituciones
y les falta consumar, con las llamadas reformas estructurales, los cambios que
su modelo económico neoliberal exige. Poco importa que ese modelo fabrique pobres a granel y haga a unos
cuantos, muy pocos, enormemente ricos. Poco importa que la
violencia y la miseria anden de la mano a
lo largo y ancho del territorio nacional y que, en comparación con muchos
países de América Latina, el nuestro no haya crecido prácticamente en casi 30
años.
Como contables de una
empresa cualquiera solo se fijan en las cifras que les convienen, solo miran
los índices macroeconómicos y se olvidan por completo de los seres humanos a
los que, supuestamente, deberían servir. Protegidos por su guardia
pretoriana, moviéndose en vehículos blindados, helicópteros, aviones, no tienen
contacto alguno con la realidad.
Hablan
de “competitividad”, de “modernización” y pretenden llevarnos por la misma ruta
que está colapsando a las economías del primer mundo. Saben
adonde conduce esta ruta que han elegido pero no les importa. A ellos, en el
PRI o en el PAN, esto les ha reportado enormes beneficios políticos y
económicos. No
solo se creen sus propias mentiras sino que cuentan con el formidable aparato
de los medios de comunicación masiva para hacer de esas mentiras dogmas que, gracias al bombardeo
propagandístico, terminan por creer grandes sectores de la población.
Considerando
la política, la gestión pública una mera extensión de los negocios, hablan,
mirándose en el espejo de la tv, de “éxito”. Todo
lo que se refiere a la defensa de los intereses de los sectores más
empobrecidos de la población lo tildan de populismo. Otro tanto sucede con
la idea de “soberanía nacional”. Nacionalismo trasnochado la consideran.
Ya
entregaron la banca, la minería, las telecomunicaciones, la energía eléctrica.
Ya liquidaron prácticamente al campo y al campesino y ahora, con la reforma
laboral, van por el trabajador. Primero golpearán a
sus organizaciones sindicales y luego lo dejarán sin garantías y sin
percepciones justas. Ya desorganizado irán pulverizando sus conquistas
para después venderle servicios de salud y seguridad social y seguir haciendo
negocio con su pensión.
Por
supuesto irán también por el petróleo. Esa es la gran recompensa que han
ofrecido a gobiernos extranjeros y a las grandes corporaciones a cambio de su
apoyo. Nunca pensaron en el petróleo como detonador, como agente del
desarrollo nacional sino como botín del que unos cuantos pueden disponer a su antojo. Han
golpeado sistemáticamente a Pemex. Debilitarla, desprestigiarla ha sido por
décadas su objetivo. Ellos han alimentado la corrupción y la ineficiencia
que ahora esgrimen como argumentos para su privatización. Son ellos los
culpables del colapso anunciado de ese sector estratégico de la economía
nacional. Han actuado, desde hace años, con premeditación y alevosía
paralizando, desmantelando la industria petrolera.
A
los jóvenes, solo a unos cuantos, los más afortunados, les ofrecen como
presente pocas y pobres oportunidades en un sistema educativo,
marcado por la exclusión, el rezago y el abandono. La educación pública no
les interesa. Al contrario, considerándola un riesgo potencial, la castigan
sistemáticamente, regateándole recursos, privilegiando la educación
privada. Tal como están las cosas, un gran número de los egresados
de la universidad pública tendrán como futuro el desempleo. Los que ni a la facultad llegaron,
simple y sencillamente, no tienen futuro alguno.
La
guerra de Felipe Calderón ha condenado muchos jóvenes a matar y morir o, en el mejor de los casos, a caer en
prisión. La inmensa mayoría de las decenas de miles de muertos y
desparecidos, de los centenares de miles de presos de los últimos años son
menores de 25 años. Una generación completa se ha perdido.
Alguien
decía, atinadamente, en redes sociales que nuestro presente es el pasado de
Colombia y nuestro futuro el presente de España. Así será si no hacemos algo para
evitarlo. ¿Qué nos queda? ¿Qué nos toca hacer? Rendirse no es opción. Asimilarse al régimen de ilegalidad,
corrupción e impunidad tampoco. Resignarse menos. Un doble crimen sería
quedarse con los brazos cruzados. Con nuestro tiempo y con el futuro de
este país herido contraeríamos una deuda vergonzosa e impagable si lo hacemos.
Tampoco la fragmentación
del movimiento por la paz, de la izquierda electoral, del movimiento
estudiantil, sindical y campesino puede permitirse en un momento como el que
vivimos. Son ellos los que nos quieren, los que nos necesitan divididos.
No les hagamos el juego.
Tenemos
cuentas pendientes que cobrar a Felipe Calderón Hinojosa. Permitir que se vaya
impune a casa es tanto como hacerse cómplices de su criminal
ineficiencia. Tenemos por otro lado que articular un
amplio movimiento político y social para, en la calle y en el Congreso, establecer
un veto ciudadano a los intentos de Enrique Peña Nieto de rematar lo que nos
queda. Tenemos que defender libertades y conquistas
históricas. Tenemos que traer la paz con justicia, democracia y
dignidad. Ellos vienen por todo; al pasado autoritario quieren
devolvernos, solo si lo logran podrán consumar sus objetivos.
Ningún
líder político, ningún partido, ningún movimiento podrá solo lograr la hazaña
de defender a México. Solo entre todos, unidos, podremos cumplir con las tareas que la
resistencia, nuestro derecho, nuestro deber, nos impone.
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