La impunidad: ¿quién puede atajarla?
José Agustín Ortiz Pinchetti
La aprehensión de Elba Esther Gordillo permite observar cómo se
administra en México la impunidad. Durante 30 años la lideresa sindical pudo
acumular riqueza y poder a una escala que desafía a la imaginación, y se dio el
lujo de organizar fraudes electorales y un nuevo partido sin que ningún poder se
moviera para atajarla. Hace dos años pronostiqué su caída. No había ningún grupo
político importante que no tuviera agravios contra ella, pero además su cinismo
rampante la volvió inmensamente impopular. Era el blanco perfecto para un
gobierno que necesita legitimarse y a la vez someter a magnates corruptos. No se
trata de iniciar una campaña de renovación moral. No se irá a fondo. Es
imposible, porque, como dice Gabriel Zaid, la corrupción no es una plaga del
sistema, sino el sistema mismo. Al intentar restaurarlo Peña Nieto sabe que lo
primero que tiene que hacer es demostrar que él es quien finalmente decide
hasta dónde llega la impunidad. Si intentara ajustar las cuentas a los corruptos
tendría que empezar por su propio equipo. Desquiciaría al sistema, que en su
caída lo arrastraría a él. Eso no sucederá.
Es verdad que ninguno de los poderes tiene capacidad para depurarse y que el
combate a la corrupción tiene que ser emprendido por la sociedad desde abajo y
desde afuera. Me parecen muy interesantes e ingeniosas las propuestas de Zaid:
grupos participantes de la sociedad civil al margen del Estado, sindicatos,
partidos y las iglesias pudieran iniciar acciones muy concretas y en un
principio minúsculas que desencadenarían un movimiento general tendiente a
instaurar la ética en la vida pública. Cierto: las asociaciones voluntarias se
han multiplicado. Recuerdo que sólo entre 1983 y 1993 pasaron de ser unas
cuantas docenas a 7 mil registradas en Gobernación; hoy deben ser decenas de
miles. Pero yo creo que este voluntariado (por cierto, la mayor esperanza para
un cambio profundo) aún no tiene la suficiente fuerza para oponerse a un régimen
envalentonado por sus golpes espectaculares.
Será necesaria una fuerza externa muy bien articulada y que abarque toda la
nación. Cuando Hércules se propuso limpiar los establos del rey Augías repletos
de estiércol, como hoy está el Estado mexicano, tuvo que desviar el poderoso
curso de dos ríos. La esperanza para acabar con la impunidad en México está en
que una fuerza política y organizada tuviera la capacidad para imponer nuevas
reglas éticas e iniciar un renacimiento espiritual. Eso quisiéramos que fuera
Morena. No será fácil porque sus militantes tendrán que liberarse del lastre de
una cultura de abuso que en gran medida tenemos introyectada. Como lo demostró,
por desgracia, la forma en que el Partido Acción Nacional se plegó a la inercia
perversa del sistema.

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