Por Lorenzo Meyer
Llegando y Haciendo Lumbre
El contraste entre la desorganización y la falta de plan de
las dos últimas administraciones panistas y la rapidez con que los priistas han
retomado las riendas del poder, es notable. Mientras la pérdida de
simpatizantes y militantes del PAN adquiere características de hemorragia y el
PRD pareciera ser mero observador del proceso político, el PRI se muestra como
una maquinaria bien aceitada que sin esfuerzo aparente se reinstala en zonas
que considera naturalmente suyas.
El Telón de Fondo
Este cierre de año marca el fin del principio del gobierno
que encabeza Enrique Peña y, por tanto, es buen momento para intentar evaluar
lo que es el estampado del “sello de origen” del nuevo gobierno.
El pesado telón de fondo en que tuvo lugar este fin del
principio del retorno de quien fuera un partido un Estado -71 años en el
poder-, está compuesto por dos grandes lienzos de color bastante obscuro. El
mayor lo constituye la larga y abigarrada biografía del priismo, con su cauda
de logros pero también de corrupción, arbitrariedad y antidemocracia. El otro,
bastante más pequeño pero sin el cual este inicio de sexenio no resaltaría
tanto como lo ha hecho, es el notorio fracaso del panismo en su ejercicio el
poder -o del no poder- y el consiguiente malogro de una transición política que
se había iniciado bajo relativamente buenos auspicios entre 1997 y 2000.
Es el lienzo pequeño, el panista, el que realmente le ha
permitido a Enrique Peña y a su partido aparecer como una gran fuerza,
particularmente contrastante por su eficiencia y alta coordinación, para ocupar
sin pérdida de tiempo el centro de la arena política. Esa rapidez y eficacia
relativa hacen que la atención se fije en el nuevo grupo gobernante con una
mezcla de sorpresa y admiración, aunque para algunos, también de temor por las
implicaciones futuras de esta especie de blitzkrieg político que hemos
presenciado.
Los Hechos
A diferencia del candidato de la izquierda, Andrés Manuel
López Obrador (AMLO), Enrique Peña se cuidó de no revelar hasta el último
momento la composición de su gabinete. Y lo hizo así no sólo por seguir la
tradición, sino porque la revelación adelantada no le hubiera aportado nada y
si le hubiera demandado explicaciones difíciles. Y es que el núcleo duro del
equipo de Peña está formado por políticos rudos, producto del ejercicio del
poder al estilo del priismo clásico en los estados de México y de Hidalgo, con
todo lo que ello implica de añeja cultura antidemocrática. A su lado aparece un
grupo relativamente joven, algunos sin mucha experiencia política nacional pero
cercanos a Peña cuando era gobernador mexiquense, con raíces familiares en el
priismo y, que pese a sus posgrados en el extranjero, aún tienen que mostrar
que hubo razones de peso que justifiquen su presencia en puestos de tamaña
responsabilidad. Final y naturalmente hay figuras salteadas, incluso de origen
no priista, pero que son una minoría que ayuda a dar un toque de pluralidad sin
impactar en la naturaleza del conjunto.
El gabinete es la parte del nuevo equipo en “Los Pinos” que
más comentarios provocó en el arranque del sexenio, pero igualmente importantes
o más son los dos coordinadores de las bancadas priistas en el Congreso federal
y el presidente del PRI, los tres son de la vieja guardia, socializados en los
usos y costumbres del viejo régimen y con gran experiencia en política “a la
mexicana”, lo mismo que los 24 gobernadores priistas.
El Blitzkrieg
La capacidad instalada que el PRI actual heredó sigue siendo
muy superior a la de cualquiera de sus rivales. Esa capacidad -que se nota
sobre todo en estados donde nunca se ha conocido la alternancia de partidos en
el poder, como el de México o Hidalgo-, aunada a la disciplina que esta vez el
partido creado por Plutarco Elías Calles mostró en torno a Enrique Peña, más el
apoyo de los poderes fácticos y teniendo como contrapartida la debilidad del
PAN y de la oposición de izquierda, constituyen el haz de elementos que
explican el éxito del blitzkrieg priista -una concentración de fuerzas que
actuaron coordinadas y a gran velocidad y avasallaron sin dificultad a un
adversario muy debilitado. El primer éxito fue la presentación de un proyecto
político centrado en cinco temas, con 95 apartados pero bastante vago en cuanto
a su concreción -el “Pacto por México”- y cuya aceptación formal por parte de
los dos mayores partidos de oposición se negociaron de tal manera que esa
fracción opositora simplemente no actuó como tal. El presupuesto y la ley de
ingresos -el corazón mismo de la política, según ciertas definiciones- fueron
aceptados en el Congreso muy rápido y sin mucha discusión. Para entonces ya
había pasado la nueva ley del trabajo, que aunque presentada en las
postrimerías del sexenio anterior, de hecho pertenece al actual. Y apenas
asentado el polvo de la inauguración del nuevo presidente, se le aprobó su
propuesta de reforma educativa que, aparentemente, significa dos cosas: una
posibilidad de devolver a la Secretaría de Educación Pública el control sobre
su materia y, segundo, un golpe a uno de los grandes poderes fácticos de
nuestro tiempo: el del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Las
observaciones de la oposición a la nueva legislación no significaron cambios de
fondo ni aminoraron la velocidad del proceso. La reconstitución de la
Secretaría de Gobernación a costa de la antigua Secretaría de Seguridad es
parte de un plan para recuperar algunos de los poderes perdidos por la
presidencia. Gobernación se hará cargo tanto de la negociación política con los
actores formales como del proceso para restablecer la seguridad. Y aunque las
fuerzas armadas seguirán movilizadas, aparentemente dejarán de ocupar el centro
de la acción.
La defunción anunciada de la Secretaría de la Función
Pública va a dar paso a un mecanismo nuevo de control sobre el uso de los
recursos a disposición del sector público -Comisión Nacional Anticorrupción-
que en principio deberá ser otro instrumento del nuevo gobierno diseñado para
afianzar la recuperación del poder presidencial.
La Oposición
Como en el blitzkrieg original, en el encabezado por Peña la
oposición pareciera casi inexistente. El PAN, derrotado electoralmente,
debilitado en lo interno y sin dirección, reasume el papel que con tanto éxito
jugó durante el gobierno de Carlos Salinas, el de las concertacesiones, y
ofrecerá su apoyo condicionado a un PRI que sabe hacer la política panista
mejor que el PAN. Por otro lado, el PRD, ya sin AMLO, pareciera básicamente
dedicado a su eterno forcejeo interno y a administrar lo que AMLO ganó para él
en las urnas de julio mientras la iniciativa política quedará en manos de un
PRI en ascenso. De esta manera, el “Pacto por México” es hoy el horizonte
trazado por Peña para su partido y también el límite de lo posible para los
otros partidos, los de la supuesta oposición.
Finalmente
La otra izquierda, la encabezada por AMLO, apenas está en la
fase de construcción de un nuevo partido -MORENA- y en esa gran apuesta
concentra hoy su energía. Por otro lado, y para sorpresa de muchos, en el sur,
el neozapatismo -situación cuya solución el PRI y el PAN le dejaron al tiempo-
se vuelve a hacer presente con una movilización sustantiva y tan pacífica como
enigmática.
Aún es muy pronto para saber si México vive el principio de
una restauración o un capítulo particularmente complicado y ambiguo de un
esfuerzo por afianzar una democracia política aún muy débil. Como sea, ya se
sabe hacia dónde quiere ir el nuevo gobierno, ahora falta saber si puede
hacerlo.
Fuente http://www.yunqueland.com/2012/12/agenda-ciudadana-por-lorenzo-meyer-el.html
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