Víctor Flores Olea
Escribo estas líneas la mañana de la jornada electoral, es decir,
antes de que fluya ninguna señal que indique la inclinación ciudadana hacia
alguno de los candidatos en la competencia. Habrá, pues, que esperar y mantener
ojos y oídos bien abiertos para seguir en el detalle, si es posible, a través de
los medios, el desarrollo de este proceso electoral que sin duda es importante.
Importante porque otra vez está en juego la posibilidad, no remota, de que un
hombre de izquierda dirija este país desde esta mirada.
La posibilidad se dio en 1988 con Cuauhtémoc Cárdenas, que se frustró a lo
que parece por el enorme fraude cometido entonces. También se habría frustrado
en 2006 por otro fraude que todavía se discute y que quedará en nuestra historia
como otra gran interrogante. En 2012 aparece otra vez la oportunidad (o la
posibilidad), y esta vez esperamos que las elecciones del día sean transparentes
y que no queden envueltas en una nube de preguntas sin respuesta.
Los partidarios de Andrés Manuel López Obrador sabemos bien que su programa
político ni de lejos contiene los elementos del radicalismo que no pocos le
atribuyen, en realidad desempolvando un buen número de los clichés que
utilizaron en 2006 para
desprestigiara López Obrador (las cantinelas de que es un Chávez reditado, que socializará hasta los clavos de los zapatos, que desaparecerán los ricos y la propiedad privada, etcétera). Por supuesto, toda esta basura supone una desinformación y una incultura aplastantes, pero tampoco debe sorprendernos tanto: la batalla entre las clases sociales se manifiesta de muchas maneras, y una es ésta que nos eriza los cabellos de la sensibilidad civilizada (hay por supuesto otras formas mucho más violentas e implacables, que no desearíamos que se acerquen otra vez a nuestra experiencia histórica, como ocurrió hace 100 años).
La cuestión grave es que los beneficiarios del actual estado de cosas no
parecen permitir ni por asomo la posibilidad de una mínima variante. En el
último sexenio han muerto más de 60 mil mexicanos, en la llamada guerra contra
el narcotráfico, en el fondo víctimas de crueles asesinatos, aunque muchos hayan
sido delincuentes y muchos otros miembros de las fuerzas armadas. En el aspecto
económico hemos permanecido paralíticos, desde luego si hacemos la comparación
con otros países latinoamericanos del sur (de los que nos hemos alejado
sistemáticamente). Pero, sobre todo, debe admitirse que la desigual riqueza e
ingresos y formas de vida entre los mexicanos se ha hecho abismal, hasta el
punto de que figuramos en los primeros lugares de la lista, según observadores
tan neutrales como Naciones Unidas.
Es decir, ha llegado el momento, que a veces parece nunca llegar, de hacer
algo por México para ahorrarle este marasmo y para evitar que las estructuras
básicas de la explotación permanezcan inalteradas y que la inercia de
lo mismonos lleve a otras situaciones que puedan ser mucho más graves. A estas alturas, el
peligro para Méxicono es Andrés Manuel López Obrador, sino la ruta que llevamos sin mínimas correcciones y que los favorecidos del sistema parecen negarse tajantemente a rectificar un ápice.
Como son muy fuertes los argumentos en esta dirección, y porque creo que un
número cada vez mayor de mexicanos percibe con lucidez los elementos de la
situación real, deposité mi voto por Andrés Manuel López Obrador, sin ignorar
las dificultades de su triunfo. Y aquí me refiero no sólo a que se reconozca
como triunfador, sino que su lucha es en contra de un conjunto de intereses
añejos y bien estructurados. En este sentido, y a pesar de los fracasos que ha
tenido en 2000 y en 2006, sigue siendo el partido de la clase política mexicana
y del concierto de intereses de un buen número de gobernadores que son la pieza
dura del Partido Revolucionario Institucional (PRI), lo cual, aparte de la
calidad, le otorga cantidad y fuerza política indudable al principal
contrincante de AMLO: Enrique Peña Nieto (EPN).
Muchos pensarán que es tarde para repetirlo, sobre todo si lo he dicho ya en
varios tonos que pienso son válidos para el futuro, independientemente de las
elecciones cuyos resultados conoceremos en algunas horas. Por supuesto que sí
importa en lo cultural, que se ha repetido mucho después de su intervención en
la Feria del Libro de Guadalajara, pero también y sobre todo en lo económico y
político. En estas áreas, sabemos ya que sus principales asesores están
adheridos al pensamiento neoliberal, que hoy resulta envejecido e incapaz de
enfrentar los desafíos de una sociedad que no solamente requiere crecer y
desarrollarse sino hacerlo con un claro sentido distributivo y justiciero. Esto
parece de lo más alejado de las corrientes de pensamiento económico cercanas a
EPN, y es muy desventurado que sea así.
En lo político la democracia
a la PRItambién resulta tremendamente envejecida y sin efectividad para una sociedad que exige una creciente participación en la toma de decisiones. Y las concesiones de
respetoy
toleranciaque el candidato repite hasta la saciedad resultan también insuficientes y gastadas. Con la preocupación social, ya muy difundida de que un régimen así pueda ser particularmente susceptible a la represión (el antecedente de San Salvador Atenco y la designación como asesor de seguridad del general colombiano Óscar Adolfo Naranjo Trujillo no son de buenos augurios). Por otro lado, ¿estará dispuesto Peña Nieto a atacar a fondo las tradiciones de corrupción que son parte del priísmo tradicional? Y su aparente docilidad hacia Estados Unidos ¿se confirmará en jirones de soberanía que se entregan?
Estamos a unas horas de conocer los perfiles del próximo gobierno mexicano.
Pero no adelantemos vísperas. Y menos con el compromiso personal de exigir la
deseable política a cualquiera que sea el triunfador en las elecciones ya
iniciadas.
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