El proceso electoral que habría debido culminar ayer con resultados
confiables y un ganador inobjetable de la contienda presidencial se encuentra,
en cambio, en un preocupante compás de espera y se ha visto contaminado por
malas conductas institucionales, civiles y mediáticas.
De entrada, la elección fue precedida por una parcialidad tan pronunciada de
los medios –especialmente, de los electrónicos–, que derivó en la fabricación de
una candidatura presidencial con base en el desmesurado poder de la pantalla
televisiva sobre la opinión pública. Tal proceso no se limitó a la aplicación,
para efectos políticos, de la mercadotecnia y la publicidad comercial
tradicionales, sino incluyó campañas de descalificación y distorsión contra
eventuales competidores del aspirante priísta, así como una manifiesta inequidad
informativa muy semejante a un bloqueo. Otra vertiente de esa construcción de la
candidatura de Enrique Peña Nieto fue la elaboración de cientos o miles de
encuestas a todas luces divorciadas de la realidad.
Ya en la fase de las campañas electorales propiamente dichas, el Partido
Revolucionario Institucional recurrió a su arsenal de maniobras tradicionales de
manipulación y distorsión electoral: la compra y coacción de votos, el
amedrentamiento y la agresión a simpatizantes de otros institutos y fórmulas
políticas, así como un derroche aplastante de dinero en publicidad, logística y
reparto de bienes o efectivo a cambio de voluntades ciudadanas. Ante tales
prácticas indeseables y delictivas, tanto el Instituto Federal Electoral (IFE)
como el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) se
comportaron con una tolerancia cercana a la omisión de sus facultades y
obligaciones legales.
En la jornada del domingo proliferaron las denuncias de irregularidades –las
más reiteradas se refirieron a la compra de votos, pero también las hubo por
robos con violencia de urnas, así como por agresiones contra ciudadanos de
fórmulas distintas a la que encabeza Peña Nieto y por manipulación indebida de
papelería electoral por presuntos operadores priístas–; sin embargo, tanto los
altos funcionarios electorales y judiciales como los portavoces de los medios
informativos se empeñaron en retratar unos comicios
limpiosy
apacibles.
Sin ser una cosa ni la otra, la elección tuvo, empero, una notable virtud: la
alta participación ciudadana y el resurgimiento de un interés cívico que
restableció el vínculo con las urnas –y con la política en general– de grandes
sectores de la ciudadanía. La expresión más notable de ese fenómeno positivo es
el surgimiento –al calor de las campañas– del movimiento estudiantil y juvenil
#YoSoy132, el cual tuvo por elemento articulador un vasto malestar ante las
miserias de un régimen político en el que participan, sin atribuciones legales,
poderes fácticos como el de los medios electrónicos y, a estas alturas, de las
casas encuestadoras que parecen más preocupadas por inducir tendencias
electorales que por retratarlas.
Al fin de la jornada, cuando el Programa de Resultados Electorales
Preliminares (PREP) llevaba computadas menos de 10 por ciento de las casillas,
el presidente del IFE, Leonardo Valdés Zurita, salió a anunciar en cadena
nacional los resultados de un sondeo rápido que difieren notablemente de los
números del PREP, pero que convergen con los de las encuestas más impugnadas por
la opinión pública. Inmediatamente después, el aún titular del Ejecutivo
federal, Felipe Calderón, hizo uso del enlace nacional para proclamar el triunfo
de Peña Nieto. Todo ello con el telón de fondo de medios informativos que no
vacilaron en proclamar vencedor al aspirante priísta, el cual, posteriormente,
pronunció un discurso de presidente electo, sin serlo.
Estos desfiguros institucionales e informativos resultan lamentables en la
medida en que vician el proceso electoral e introducen en él factores de
incertidumbre y hasta de sospecha. En un escenario competido, en efecto,
proclamar ganadores cuando no se tienen resultados constituye una temeridad y
puede dañar de manera irreparable a la elección en su conjunto.
Por su parte, el candidato presidencial de las izquierdas anunció que
esperaría al recuento total de los votos para asumir una posición y llamó a la
calma y a la civilidad a sus seguidores. No podrá achacársele, en consecuencia,
la paternidad de una incertidumbre electoral que se gestó, en cambio, en el
sistemático manipuleo televisivo, en la sostenida intromisión de la
administración calderonista, en la pusilanimidad de las autoridades electorales
y en la aplicación de las tradicionales malas artes comiciales del
Revolucionario Institucional.
Lo cierto es que se ha vuelto a colocar al país en un escenario de falta de
credibilidad que podría derivar en circunstancias ingobernables o en seis años
más de un gobierno privado de legitimidad. Cabe esperar que ninguna de esas
perspectivas se concrete y que, por el contrario, el cómputo total de los
sufragios y la rápida resolución de las impugnaciones dé certeza sobre el
sentido del veredicto popular emitido ayer en las urnas.
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