Luis Linares Zapata
El aparato completo de comunicación de México se ha saturado de
consejos para un rebelde que, sin embargo, aguanta, a pie firme, el chaparrón
que le cae encima. Vuelan voces de sur a norte, desde cubículos de insignes
litigantes hasta llegar a diarios renombrados. Otras cantaletas arrancan desde
estaciones de radio para recalar en columnas politiqueras de diversos diarios.
Todos, casi al unísono sonoro rugir de gruesos cañones, van desgranando sus
recomendaciones. Tratan de inducir en AMLO lo que juzgan como una deseable y
conveniente conducta racional. Quieren, desean, le ordenan, le piden, le soplan
al oído más cercano de sus ayudantes que le transmitan, que los oiga, para que
ceje en sus pretensiones de inútil resistencia. Lo conminan al patriotismo más
rancio. Su parsimonia para aguantar el ciclón de prisas se torna insoportable
para un tupido haz de mensajeros, previamente aceitados por los llamados
intereses superiores. La paz, la tranquilidad, la estabilidad, hasta la vida normal puede alterarse de continuar en tan necia cuan torpe conducta, concluyen.
Tiene que pensar, aducen empapados con aparente buena voluntad, en su actual
capital político. Conseguir 16 millones de votos fue toda una proeza que no
puede tirar al rincón de sus muchos rencores y ambiciones de poder. ¡Lo echará a
perder de seguir empeñado en su ruta protestataria!, predican con donaire digno
de mejores causas todos esos que quieren, con ansias sobradas, inducirlo por la
senda del bien y alejarlo del error. No son pocos, sin embargo, los que pueden
recordar el conjunto de plegarias similares o idénticas que le fueron endosadas
hace ya más de seis años con motivo del fraude perpetrado en 2006. Dijeron
entonces, hasta con silbidos, que no podría recuperar los votantes que
sufragaron por él. La sentencia iba impregnada de impostada autoridad para
hacerla pesada, densa, como si fuera losa bíblica. Es por eso que, ahora, no
puede ser, de nueva cuenta, tan irresponsable como para repetir los mismos
quiebres. No le dieron, en sus condenas, más de un semestre de reparos para
quedar sepultado en el olvido. Los ataques, sin embargo, no cesaron de llenar el
ámbito difusivo durante seis feroces años.
Todos esos denuestos, presagios e invectivas, sin embargo, chocaron contra el
muro que la conciencia colectiva levantaba por todos los confines del país. Y a
eso, y no a otra cosa, dedicó AMLO sus energías durante los años de preparación
para amasar la transformación por venir. No escatimó esfuerzos, andares, gustos
o tiempos para pregonar sus masticadas verdades y la simple visión de una
república habitada por hombres y mujeres libres, decentes y enterados del
destino que los aguarda. Prepararse para una convivencia en paz, constructiva y
solidaria eran, y han seguido siendo, los mensajes que se fueron esparciendo.
Poco cambió el discurso durante el largo peregrinaje por todo México. No estuvo
solo ni todo lo hizo él. Lo acompañaron muchos mexicanos que, como él, también
se zambulleron en un apostolado laico, digno del aprecio ciudadano.
Poco o nada de lo sembrado se perderá por defender, con la debida
intransigencia, lo conseguido y hecho propio. Todo depende de la fidelidad que
se despliegue en la tarea por venir. Sin duda, una vez más, la congruencia será
pieza crucial para seguir adelante. A nadie se le puede pedir que aviente su
voto al basurero o lo entregue por quedar bien. No hay autoridad ni institución
que, con sus devaneos, cobardías o traiciones, demeriten lo sembrado. A pesar de
todo inconveniente y condena, hay que perseverar hasta el mero final. Es la
mejor manera de inducir y conseguir el progreso deseado, el bienestar
entrevisto.
Dentro del atropellado torrente de críticas, dictados terminales y anatemas
de fingida buena voluntad, llaman la atención ciertos puntos de afinidad y
coincidencia bastante generalizados. Uno acentúa la versión de una izquierda
moderada, moderna, positiva y negociadora como la necesaria en estos aciagos
momentos y que AMLO no representa. Es la que el país requiere, pregonan los
muchos difusores, esos que se presentan llenos de ideas y plegarias por un
México mejor. López Obrador debe ya dejar el paso a la renovación, a un nuevo
liderazgo que conduzca a la izquierda por el sendero de la colaboración y los
acuerdos. Y ese personaje, que espera su turno, se llama Marcelo Ebrard, según
propone, con un talante carente de inseguridades, la señora Denise Dresser en
uno de sus varios momentos de iluminación. Supone, ésta y otros personeros del
saber, que un liderazgo real, activo, atrayente, se construye desde una oficina
o cargo público. Creen que se fortifica en conferencias áulicas, que se ramifica
a través del uso de micrófonos, o se solidifica con lecturas de actualidad
mundial.
La izquierda debe aprovechar la fuerza de su fracción en las cámaras para
contribuir al avance nacional, resuena por ahí otro dictamen con paladar común.
No pueden dejar al PAN el sitio para encamarse con el PRI. Como si ese tándem no
fuera ya solidificado, íntimo, carnal. ¿Cuáles serían las reformas estructurales
con que podría la izquierda cooperar? ¿Sería acaso el IVA generalizado que se
piensa implantar; o la entrega de Pemex al capital moderno; acaso la
precarización del trabajo o la preservación de privilegios monopólicos? La
derecha compitió en la contienda con la bandera de la continuidad y, en esa
vertiente, no puede haber coincidencia alguna. Es, en esencia, más de lo mismo y
ya se ven los terribles resultados al empeñarse en cumplimentar el modelo en
boga. No, señores consejeros del bien tarifado, esa no es la manera en que
avanzará México. La oposición intransigente y pacífica, el no reconocimiento a
la legalidad torcida, el juego limpio sin concesiones, será la manera de
contribuir ahora y mañana también. La izquierda encuentra su fuerza en el
mandato del pueblo y quien lo busca, oye y respeta será su abanderado.
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