I
Justo cuando gozaba de sus ilusiones por trascender como personaje de prestigio mundial, Carlos Salinas recibió demoledor golpe en su inflada imagen. Apareció el EZLN allá lejos, en aquel rústico San Cristóbal de las Casas, tan folclórico, también en el sangriento mercado de Ococingo, en las desconocidas Margaritas y otras localidades remotas.
Sorpresivamente un tropel de indios se había alzado en armas en la madrugada del primer día del 94. Los sucesos que siguieron durante ese año terminaron por derrumbar sus pretensiones de señorón global. Y, junto con él, cayó el espejismo de transformar al país para insertarlo, de sopetón y por dictado, en el primer mundo. Lo que en efecto devino fue una quiebra que todavía hoy se paga con múltiples penurias.
A partir de entonces Salinas inició su viaje al destierro perseguido por la furia de sus coterráneos y aterrado de que lo fueran a encarcelar por sus tropelías. Todavía hoy sufre variadas consecuencias de aquella terrible cadena de sucesos sin que acaben de contrariar sus ensoñaciones de gran poder.
Pasaron 19 largos y pesados años para que un contingente de indígenas chiapanecos, ahora en perfecto orden, en paz y crecido número, hicieran acto de presencia en la escena nacional. El elocuente mensaje, de ser ignorado o menospreciado, tendrá graves consecuencias para la vida organizada, política y cultural, del país.
Ahora, como entonces, las bases del ejército zapatista, con su sola presencia y silencio, ponen en entredicho no sólo a dos administraciones de priístas, que mucho tienen en común, sino a toda una estructura que las encajona. Ambas se injertan dentro del mismo modelo, comparten incluso colaboradores y pretensiones de eficaz grandeza. Tienen, las dos, mero en frente y aunque ahora aparenten atenderlo, ese enorme hueco que forma la desigualdad, la pobreza y la marginación, un pesado lastre para el desarrollo con justicia.
Tres sexenios han pasado desde su irrupción violenta y las promesas de su rescate, las crisis de conciencia subsiguientes (que las ha habido aunque sea en algunos funcionarios) olvidos con sabor a desidia criminal, traiciones de firmantes, malversaciones de fondos, descoordinación del oficialismo, intemperancia del conservadurismo, racismo feroz de muchos y otras variadas causas, han llevado a revivir las viejas y dolorosas estampas harto conocidas. Ahí están esos millares de personas: los olvidados, los despojados, esos que han quedado al margen de las fatuas historias de los augurados y, por desgracia, fugaces éxitos mexicanos.
Así han aparecido los zapatistas dando palparia muestra de humilde reciedumbre, memoria viva y constancia de sus pretensiones. La engañifa salinista de entrar al primer mundo, a partir de esa madrugada lejana, se quebró sin remedio. Arrumbadas quedaron las falsas ilusiones de formar parte de una generación de triunfadores de clase mundial. Aspiraciones locas que tan cínicamente esparcieron los cómplices de aquel corrupto priísmo decadente y que también difundieron con celo patriótico contratado sus muchos difusores.
De similar manera aparecen, en nutridas filas, en el actual momento inaugural. Y lo hicieron días después de que Peña Nieto declarara, con entusiasmo voluntarista, que una nueva era se inicia en Chiapas y en todo México. El mentís a la nube de horizontes recién formada no puede ser más dramático. Del mismo modo como su rebelión trastocó el triunfalismo salinista, su silenciosa marcha hoy abre, de nueva cuenta, la visión de los méxicos que corren simultáneos, paralelos, sin tocarse, salvajemente diferenciados. Los escenarios de esperanzas fabricadas, pero sin asideros reales, comienzan a ser picoteados por la terca realidad.
El que, de inmediato, haya salido el secretario de Gobernación (Osorio Chong) a sosegar inquietudes, alegando ser diferentes, poco cambiará la inercia de una continuidad ya en plena marcha. Las figuras enmascaradas con pasamontañas pasaron casi desapercibidas en el espacio público. El seguimiento ha sido, tal como se esperaba, de restringido alcance. Los tozudos indígenas volvieron, por arte del ocultismo vigente, al oscuro rincón desde donde, sin duda, intentarán, de nueva cuenta, participar en la marcha y orientación del país. El modelo económico y de gobierno simplemente no los toma en cuenta. Son, para las cúpulas y la plutocracia mandona, un molesto grupo de prescindibles.
La sesgada referencia que a tal conjunto humano se hace en el Pacto por México quedará, como tantas otras cosas que debían priorizarse, en el archivo de los pendientes históricos. El enclenque gobernador chiapaneco, recién impostado en el puesto, pasará a ocupar, como lo han hecho otros tantos simuladores que lo han precedido, el triste lugar que le tiene reservado la picaresca local.
La Federación volverá a destinar considerables recursos con la intención de apaciguar iras y voluntades de cambio. Pero la ya enorme maquinaria de mediación que se ha creado en Chiapas absorberá eso y más todavía, tal como lo ha venido haciendo durante los últimos 19 malogrados años de salvaciones inminentes. Esta vez no será, desgraciadamente, distinto. Las enseñanzas de los sabines, albores o mendiguchías se han impregnado en las cleptoburocracias locales como destino manifiesto, tan arraigadas como indelebles.
Sorpresivamente un tropel de indios se había alzado en armas en la madrugada del primer día del 94. Los sucesos que siguieron durante ese año terminaron por derrumbar sus pretensiones de señorón global. Y, junto con él, cayó el espejismo de transformar al país para insertarlo, de sopetón y por dictado, en el primer mundo. Lo que en efecto devino fue una quiebra que todavía hoy se paga con múltiples penurias.
A partir de entonces Salinas inició su viaje al destierro perseguido por la furia de sus coterráneos y aterrado de que lo fueran a encarcelar por sus tropelías. Todavía hoy sufre variadas consecuencias de aquella terrible cadena de sucesos sin que acaben de contrariar sus ensoñaciones de gran poder.
Pasaron 19 largos y pesados años para que un contingente de indígenas chiapanecos, ahora en perfecto orden, en paz y crecido número, hicieran acto de presencia en la escena nacional. El elocuente mensaje, de ser ignorado o menospreciado, tendrá graves consecuencias para la vida organizada, política y cultural, del país.
Ahora, como entonces, las bases del ejército zapatista, con su sola presencia y silencio, ponen en entredicho no sólo a dos administraciones de priístas, que mucho tienen en común, sino a toda una estructura que las encajona. Ambas se injertan dentro del mismo modelo, comparten incluso colaboradores y pretensiones de eficaz grandeza. Tienen, las dos, mero en frente y aunque ahora aparenten atenderlo, ese enorme hueco que forma la desigualdad, la pobreza y la marginación, un pesado lastre para el desarrollo con justicia.
Tres sexenios han pasado desde su irrupción violenta y las promesas de su rescate, las crisis de conciencia subsiguientes (que las ha habido aunque sea en algunos funcionarios) olvidos con sabor a desidia criminal, traiciones de firmantes, malversaciones de fondos, descoordinación del oficialismo, intemperancia del conservadurismo, racismo feroz de muchos y otras variadas causas, han llevado a revivir las viejas y dolorosas estampas harto conocidas. Ahí están esos millares de personas: los olvidados, los despojados, esos que han quedado al margen de las fatuas historias de los augurados y, por desgracia, fugaces éxitos mexicanos.
Así han aparecido los zapatistas dando palparia muestra de humilde reciedumbre, memoria viva y constancia de sus pretensiones. La engañifa salinista de entrar al primer mundo, a partir de esa madrugada lejana, se quebró sin remedio. Arrumbadas quedaron las falsas ilusiones de formar parte de una generación de triunfadores de clase mundial. Aspiraciones locas que tan cínicamente esparcieron los cómplices de aquel corrupto priísmo decadente y que también difundieron con celo patriótico contratado sus muchos difusores.
De similar manera aparecen, en nutridas filas, en el actual momento inaugural. Y lo hicieron días después de que Peña Nieto declarara, con entusiasmo voluntarista, que una nueva era se inicia en Chiapas y en todo México. El mentís a la nube de horizontes recién formada no puede ser más dramático. Del mismo modo como su rebelión trastocó el triunfalismo salinista, su silenciosa marcha hoy abre, de nueva cuenta, la visión de los méxicos que corren simultáneos, paralelos, sin tocarse, salvajemente diferenciados. Los escenarios de esperanzas fabricadas, pero sin asideros reales, comienzan a ser picoteados por la terca realidad.
El que, de inmediato, haya salido el secretario de Gobernación (Osorio Chong) a sosegar inquietudes, alegando ser diferentes, poco cambiará la inercia de una continuidad ya en plena marcha. Las figuras enmascaradas con pasamontañas pasaron casi desapercibidas en el espacio público. El seguimiento ha sido, tal como se esperaba, de restringido alcance. Los tozudos indígenas volvieron, por arte del ocultismo vigente, al oscuro rincón desde donde, sin duda, intentarán, de nueva cuenta, participar en la marcha y orientación del país. El modelo económico y de gobierno simplemente no los toma en cuenta. Son, para las cúpulas y la plutocracia mandona, un molesto grupo de prescindibles.
La sesgada referencia que a tal conjunto humano se hace en el Pacto por México quedará, como tantas otras cosas que debían priorizarse, en el archivo de los pendientes históricos. El enclenque gobernador chiapaneco, recién impostado en el puesto, pasará a ocupar, como lo han hecho otros tantos simuladores que lo han precedido, el triste lugar que le tiene reservado la picaresca local.
La Federación volverá a destinar considerables recursos con la intención de apaciguar iras y voluntades de cambio. Pero la ya enorme maquinaria de mediación que se ha creado en Chiapas absorberá eso y más todavía, tal como lo ha venido haciendo durante los últimos 19 malogrados años de salvaciones inminentes. Esta vez no será, desgraciadamente, distinto. Las enseñanzas de los sabines, albores o mendiguchías se han impregnado en las cleptoburocracias locales como destino manifiesto, tan arraigadas como indelebles.
II
La reaparición de los contingentes zapatistas de manera simultánea en varias localidades chiapanecas tuvo, y tendrá, significados, recuerdos y consecuencias diversas. Y, tal como se implica en el tema del presente artículo, dicha presencia queda relacionada con dos administraciones priístas que mucho tienen en común. A una, la de Salinas (88 a 94), la afectó de manera crucial: inició el proceso que de-senmascaró la liviandad, la corrupción y las ilusionadas mentiras con que disfrazó a su régimen. Y la presente de Peña Nieto, porque lo sitúa ante un espejo que puede, también, inducir una serie de ramificaciones incontrolables desde sus primeros pasos. Pero lo que en verdad importa en este preciso momento es la comprometida relación que ambas administraciones tuvieron, y tienen, con el modelo de acelerada acumulación desigual de la riqueza. Este es el punto neurálgico que la aparición de los zapatistas resalta en un primer acercamiento, quizá el totalizador, porque puede marcar, de manera indeleble, lo que suceda de aquí en adelante.
La continuidad del modelo en boga es el rasgo primordial y definitorio del proyecto priísta actual. En ello está comprometido el oficialismo, tal como lo hicieron sus fallidos antecesores panistas, con férreos lazos de complicidades, lealtades y subordinaciones manifiestas. Y de ello deberán dar pormenorizada cuenta ante sus patrocinadores. La fidelidad que muestren en seguir conservando los privilegios de la plutocracia dominante hará posible llevar la fiesta en buenos términos. De las garantías y respetos favorables a la acumulación acelerada de las grandes fortunas dependerá que les sea extendido el más amplio reconocimiento a sus habilidades. Los acuerdos cupulares entre el funcionariado público y los grupos de presión seguirán condicionando los derroteros y hasta las minucias de la política general. Es por este tipo de conjuras capitulares y sesiones de responsabilidades que, en México, ahora como antes, los grandes patrimonios aportan cantidades miserables a la hacienda pública. La Cepal acaba de mostrar tan ridícula como trágica situación. Aquí las enormes fortunas sólo pagan, en impuestos, un 0.18 por ciento del PIB. La media latinoamericana la triplica o hasta cuadruplica y palidece si se compara con lo que aportan los patrimonios de envergadura en los países de la OCDE que, en promedio, superan 2 por ciento de los respectivos PIB. Este es un asunto crucial que no será, por lo que se ha podido entrever en las recientes decisiones en marcha, modificado en su trayectoria. Por el contrario, todo apunta a la agudización de las disparidades fiscales dadas las previstas consecuencias de la reforma laboral recién aprobada. Las penalidades, para una administración incipiente y que tiene serios baches en su legitimidad, serían inmanejables.
Poco importará, para el enorme aparato de convencimiento nacional, lo que acontece en la reciente negociación entre demócratas y republicanos en Estados Unidos. Seguirán difundiendo sus inapelables verdades del
único caminoinaugurado por la era Reagan-Thatcher. Allá, rompiendo la anterior tendencia de proteger a los grandes capitales, se llegó a un acuerdo que evitará el llamado abismo fiscal (fiscal Cliff). Con el ánimo de asegurar el crecimiento recién iniciado, Barack Obama propuso subir los impuestos a los ricos para aumentar la recaudación y no recortar el gasto público como lo proponían los fundamentalistas del déficit cero. Aquí se sigue protegiendo a los de arriba a costa de todos los demás.
Es por esta lógica de poder ya desencadenada que la aparición inesperada, y la protesta que levantaron con su multitudinaria presencia los zapatistas, viene a cuento. No tanto por este suceso mismo, sino por lo que habla de las interrelaciones que hay entre marginación, pobreza por un lado, y la plutocracia por otro. Hay que entender que no es posible una sin la conservación de los privilegios de los otros. Para que haya megamillonarios es indispensable que millones de miserables penen por ello. En México las enormes fortunas no se han formado, como en otros países centrales, de invenciones o aventuras empresariales ajenas al poder público. Aquí, casi la totalidad (por no decir todas ellas), están directa, umbilicalmente, imbricadas con el poder público protector y cómplice. Los zapatistas, en este respecto, son una pequeña porción del enorme bolsón de pobreza y marginalidad que agobia a la nación. El mérito de este grupo de indígenas es lo que logra, con su protesta. Pone, al descubierto, las inmensas deformaciones sistémicas que plagan la convivencia.
La llamada de atención para una administración que apenas empieza es audible, clara y de peligro. El derrotero que ha empezado a recorrer no es el adecuado para atender los problemas que enfrentan sectores inmensos de la sociedad. La continuidad del modelo vigente simplemente agudizará las diferencias abismales que hoy distinguen al país. Poco cambiará una política de
combate a la pobrezacuando el cúmulo enorme del reparto de la riqueza se aleja, con ávida rapidez de la mínima y humana equidad. Tal parece que los de mero arriba forman un clan con tendencias suicidas. La confianza que han depositado en el aparato de convencimiento no los pondrá a salvo de enfrentar, aun en el corto plazo, fenómenos de agudización de las tensiones ya notables en el sistema. El EZLN lo manifiesta no sin cierta y generosa ironía.
Fuente http://www.jornada.unam.mx/2013/01/02/opinion/013a2pol
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