Por: Marta Lamas
México, D.F.
(Proceso).- En ocasiones encuentro que lo que quiero decir ya lo han dicho
otras personas, y mucho mejor de lo que yo lo hubiera podido hacer. Por eso en
este artículo voy recurrir a las palabras de Daniel Innerarity, un filósofo y
político vasco, antiguo integrante de la Asamblea Nacional por el Partido
Nacionalista Vasco y actual director del Instituto de Gobernanza en el País
Vasco. Dos artículos periodísticos, publicados con 10 años de distancia en el
diario español El País, expresan muchas de mis preocupaciones y convicciones
actuales. Voy a entresacar algunas de sus palabras para compartir con ustedes mi
estado de ánimo y mis pensamientos en torno a este momento
poselectoral.
Empiezo con el artículo titulado Hacer política (26 de mayo de 2001). Dice Innerarity: Las elecciones son precisamente el momento de máxima incertidumbre, cuando el principio de que todo es posible planea sobre todos como una promesa o una amenaza. Luego señala que las urnas sitúan a cada uno frente a unos deberes concretos que consisten, dicho de manera genérica, en la obligación de hacer política con lo que hay.
Empiezo con el artículo titulado Hacer política (26 de mayo de 2001). Dice Innerarity: Las elecciones son precisamente el momento de máxima incertidumbre, cuando el principio de que todo es posible planea sobre todos como una promesa o una amenaza. Luego señala que las urnas sitúan a cada uno frente a unos deberes concretos que consisten, dicho de manera genérica, en la obligación de hacer política con lo que hay.
Según este filósofo, la
política exige fundamentalmente dos cosas: primera, haber caído en la cuenta de
que su terreno propio es el de la contingencia, y segunda, una especial
habilidad para convivir con la decepción.
Para él, hacer política es
renunciar a otro procedimiento que no sea convencer, pero convencer a otros es
algo que nunca puede estar plenamente garantizado. Y para convencer, primero hay
que dialogar. Pero quien entra en un diálogo, aunque las reglas del juego estén
muy claras, no sabe exactamente cómo va a salir. Además: Dialogar es siempre
algo arriesgado, y así parecen haberlo entendido los que se niegan a hacerlo
temiendo perder algo en esa operación.
Luego reflexiona sobre ganar y
perder: El juego democrático, aquello a que todo participante se somete
implícitamente, consiste en que quien ha ganado podría haber perdido y siempre
podrá perder. Asimismo: Perder no es dejar de tener razón, porque tampoco haber
ganado le asegura a uno el tenerla. Tener razón no depende de tener la mayoría
(existe incluso una estupidez típica de la mayoría que viene a consistir en
querer tener, además de la mayoría, la razón). Y concluye: Hay ideas muy
valiosas en toda oposición y alternativas que no dejan de serlo por una mala
opción política.
En su segundo artículo,
titulado Los sueños y las urnas (29 de octubre de 2011), el filósofo vasco
reitera muchas de sus obsesiones (hoy, mías también). Inicia con algo que se nos
olvida con frecuencia: Nadie, y menos en política, consigue lo que quiere, lo
cual es por cierto una de las grandes conquistas de la democracia. Pero lo que
sigue es lo que más me ha puesto a pensar: Una sociedad es democráticamente
madura cuando ha asimilado la experiencia de que la política es siempre
decepcionante y eso no le impide ser políticamente exigente. ¡Zas! Sí, decepción
es lo que siento hoy, e indignación, especialmente por el despilfarro de las
campañas y la compra de votos, sobre todo por la ausencia de procedimientos para
controlar el dinero electoral, para transparentar su origen y destino, y para
que los partidos rindan cuentas honestas.
La política siempre implica
confrontación –no existe ninguna democracia donde de manera totalmente pacífica
y amable los adversarios políticos se turnen en el gobierno–, pero justamente lo
que evita que la sangre se derrame es el respeto a las reglas del juego. La
denuncia sobre el incumplimiento del PRI de su tope de gasto electoral arroja
una densa sospecha que oscurece y complica el panorama. Sin embargo, en este
compás de espera obligado mientras se ve qué resuelve el Trife, hay que
enfrentar la decepción. Sí, como dice Innerarity, la política es siempre
decepcionante. Él lo dice porque en una sociedad democrática la política no
puede ser un medio para conseguir plenamente unos objetivos sin tener en cuenta
a los demás, entre ellos, a quienes no comparten nuestros objetivos. Los pactos
y alianzas ponen de manifiesto que necesitamos de los otros, que el poder es
siempre una realidad compartida. De ahí que lo “decepcionante” de lo que habla
Innerarity nazca de una contradicción irresoluble: la acción política en una
democracia implica transigir, negociar, llegar a acuerdos. Por eso el vasco dice
que la política es inseparable de la disposición al compromiso, que es la
capacidad de dar por bueno lo que no satisface completamente las propias
aspiraciones. ¡Híjole, qué lejos estamos de dar por bueno lo que no satisface
completamente las propias aspiraciones!No hay que olvidar que la promesa de la política democrática es la de ofrecer a una sociedad plural, con diversidad de ideologías e intereses, el marco menos violento y autoritario para que realice un arduo y complejo proceso de debate, reflexión y construcción de acuerdos que la haga avanzar hacia niveles más altos de igualdad social y justicia. Eso es, en el fondo, lo que se juega en relación al cochinero político. Tal vez lo único con lo que podemos enfrentar nuestra decepcionante disputa poselectoral es logrando ser, como dice Daniel Innerarity, democráticamente maduros para asimilar que la política es siempre decepcionante y que eso no nos impida ser políticamente exigentes y dialogantes.
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